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Tribuna:¿POR QUÉ FASCINA EL 'CASO MADELEINE'? | DEBATE
Tribuna
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¿En qué pensamos cuando hablamos de los McCann?

Nos ha sucedido a todos. En los últimos meses hemos visto cómo las nueve letras del nombre de una niña desaparecida en el Algarve portugués crecen y crecen hasta hacerla gigantesca, sin que eso signifique que su vida sea restituida al entorno al que pertenece: su casa, sus juguetes, sus hermanos, sus padres. Pronunciamos ahora como si fuera el lugar al que vamos todos los fines de semana la palabra "Algarve". Leemos e incluso escribimos correctamente "Praia da Luz", el pequeño pueblo en que se inició la tragedia, y no se nos traban la lengua ni los dedos. Hablamos de la policía portuguesa y de su aparente enfrentamiento con Scotland Yard como si estuviéramos describiendo la riña testamentaria de los vecinos del primer piso. Aun más, sin ni siquiera pestañear, comprobamos en cualquier buscador que se trata de la Madeleine más famosa de Internet.

Esta familia vive una catástrofe que todos han aprendido a temer: la pérdida de un hijo

Así, naturalizándolo todo o también espantándonos, hemos escuchado su nombre en medio de discusiones sobre la inocencia y la culpabilidad de sus padres en programas de televisión, bares y discotecas, peluquerías y asambleas escolares. En los primeros, en muchas ocasiones, quienes presentan la tragedia de los McCann son los mismos personajes que nos han presentado, revestidas de tragedia, las vicisitudes maritales de cantantes y folclóricas. Ésa quizás sea una circunstancia que, en mi caso, pudo haberme engañado al intentar ubicar la situación de la familia McCann. Eso hasta que escuché, en la sala de espera de un hospital, a un grupo de pacientes y parientes, sufridores todos, hablar de lo mismo: la familia McCann otra vez, Madeleine nuevamente, pero narradas y descritas desde el sufrimiento.

Ésta quizás sea la única certeza en este asunto delicado y espinoso, repleto de incertidumbres. Hay, moviéndose entre Portugal e Inglaterra, pero multiplicándose en todo el mundo, una familia que sufre, los McCann. Sin que importen las razones policiales, sea quien sea el culpable, hay una familia que sufre un dolor que, en principio, al menos hasta que la policía portuguesa no cuestionara la inocencia de los padres de la pequeña y al mismo tiempo gigantesca criatura, pudiéramos sufrir todos los que en familia disfrutamos de la compañía de niños, los que somos padres o tíos, cuñados o abuelos y que, en más de una ocasión, cuando hemos pretendido seguir el rumbo de sus pasos, en el parque o en un centro comercial, los hemos perdido al menos por un segundo. De aquello que hemos temido entonces, de esa angustia que nos visitó momentáneamente hasta que reconocimos un tobillo, el agujero de un calcetín, un pendiente o una pirueta, ha estado impregnado el drama de los McCann y ya bastaba ello para identificarnos y solidarizarnos.

Se trataba y se sigue tratando de una familia que sufre una catástrofe, que vive una experiencia aterradora a la que todos, más o menos, hemos aprendido a temer. Pero no se trata de la única familia que ha perdido un hijo, parcial o totalmente. Eso ha pasado siempre y, lamentablemente, seguirá pasando, generando sufrimiento. Pero todavía, en estas semanas, en los meses que han transcurrido desde el 3 de mayo en que Madeleine dejó de dormir junto a sus hermanos, otros niños han desaparecido, algunos mucho más cerca de nuestro entorno. ¿Y qué pasa con ellos? ¿Por qué sus nombres no aparecen repetidamente en nuestras conversaciones, por qué no inundan nuestro pensamiento?

La respuesta no puede ser segura y es generada con temblor. Sin embargo, en las mismas conversaciones a que nos hemos referido, hay quien da varias. Porque la familia de Madeleine es rica, porque son médicos, porque son rubios y guapos, porque son ingleses, porque han sido asesorados por profesionales de la comunicación, porque buscaron el apoyo de Cristiano Ronaldo, David Beckham y Benedicto XVI. Pero no tiene por qué ser así, no necesariamente. Muchos niños hermosos, rubios o morenos, desaparecen y no sucede lo mismo. Y el apoyo de Cristiano Ronaldo, David Beckham y Benedicto XVI -los tres no son precisamente los personajes más populares de esta España que habitamos- podría haber jugado el efecto absolutamente contrario. Pero los padres de Madeleine no permanecieron encerrados en su morada del Algarve portugués esperando a que la televisión y la policía les trajesen las noticias, como hacen los padres de niños secuestrados en las películas. Por las razones que sean, actuaron con una rapidez insospechada. Se desplazaron de un lado a otro, de un país a otro. Abordaron aviones, hicieron llamadas telefónicas, hablaron con ministros, dieron ruedas de prensa, crearon páginas en Internet. Demostraron no sólo el deseo de recuperar a su hija, sino también una capacidad de adaptación sobrehumana en medio de un acontecimiento tan desestabilizador. Actuaron, es verdad, como médicos de urgencias, con la diferencia de que en contadas ocasiones el médico de urgencias atiende a sus propios familiares y nunca quizás tan eficazmente. Si faltaba algo para que el colectivo se identificase con la desgracia que les estaba ocurriendo, allí estaba ese ajuste saludable a la adversidad que desde la psiquiatría en los últimos años se llama resiliencia.

Las últimas semanas, además, han traído consigo el enfrentamiento entre aparatos diplomáticos y policiales. Si alguien no se había pronunciado, tiene aquí la mejor de las oportunidades. Entre las policías británica y portuguesa, quizás nos resulte difícil elegir, pero siempre es posible, sobre todo si nos rodea la turba y el gentío, si cada palabra pronunciada puede ser borrada inmediatamente. Habrá quien se sienta engañado o quien, sintiéndose parte de un grupo potente e invencible, diga que siempre lo supo, que ante el secuestro de un hijo es imposible reaccionar así. "La multitud es impulsiva, versátil e irritable", escribió Freud hace 86 años. Según parece, tenía razón.

Slavko Zupcic es psiquiatra y escritor venezolano. Su último libro es Tres novelas (2006).

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