_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Galicia y las misiones pedagógicas

Darío Villanueva

Uno de los acontecimientos más importantes de este año en que la memoria histórica ha ocupado un espacio relevante de controversia ha sido la exposición que la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales ha montado acerca de las Misiones Pedagógicas (1931-1936). Dicha muestra está a punto de cumplir cuatro meses de presencia en Galicia (ahora, hasta mediados de septiembre, en la Casa de las Artes de Vigo), y ello no por capricho de sus promotores. Amén de que su comisario sea el profesor de la USC Uxío Otero Urtaza, supongo que ha influido en esta demorada estadía el protagonismo que Galicia tuvo en aquel trascendental proyecto. Un decreto de la República creó en mayo de 1931 creó el Patronato de Misiones Pedagógicas, con la presidencia de Manuel Bartolomé Cossío, un viejo amigo de nuestro país, casado con Carmen López-Cortón Viqueira y veraneante en Bergondo desde 1893 en compañía de Francisco Giner de los Ríos.

En el origen de la Institución Libre de Enseñanza fundada por Giner en 1876 estuvo, por cierto, el movimiento de oposición a la famosa circular del ministro Orovio que cercenaba la libertad de cátedra iniciado por dos catedráticos de la Universidad de Santiago de Compostela, Calderón y González Linares. Las Misiones Pedagógicas bebían de su espíritu cívico, liberal y laico; gran parte de los seiscientos misioneros, jóvenes voluntarios que recorrieron prácticamente toda España llevando a los campesinos analfabetos la cultura en forma de teatro, cine, música, pintura, conferencias y libros, procedían del Instituto Escuela y así el Patronato pudo finalmente cumplir un sueño que tanto Giner como Cossío habían planteado infructuosamente 50 años antes al primer Gobierno de Sagasta.

En un lustro de actividad, las Misiones Pedagógicas llegaron a más de 6.000 pueblos y aldeas; su teatro y coro realizaron casi 300 actuaciones; en 200 localidades pudieron ver el llamado Museo del Pueblo, una cumplida colección de copias de nuestra mejor pinacoteca; y se repartieron 600.000 libros integrados en 5.500 bibliotecas que los misioneros dejaban al cuidado de los maestros del lugar, aquellos francotiradores de la educación y la cultura que al menos durante los días en que duraba la misión se sentían por fin respaldados.

Emociona comprobar cómo María Antonia Iglesias, en su visita a Baleira tras la huella del maestro mártir Arximiro Rico, encontró y fotografíó en las ruinas de su escuela un ejemplar de las obras dramáticas de Schiller con el sello de las Misiones Pedagógicas.

Porque es un hecho que la campaña más extensa ordenada por el Patronato fue la que durante seis meses recorrió las cuatro provincias gallegas bajo la dirección de uno de los líderes intelectuales y organizativos de las Misiones, el rianxeiro Rafael Dieste. De ella se conserva un impresionante archivo de imágenes debidas al responsable del servicio de cine, José Val del Omar, y en su transcurso el propio Dieste estrenó en Malpica su Retablo de Fantoches, el tingladillo de marionetas que secundaba la actividad del Teatro del Pueblo dirigido por Alejandro Casona. Semejante despliegue fue posible, pese a que los vientos políticos del llamado "bienio negro" no eran ya favorables, gracias al impulso y el apoyo proporcionado por el gran rector compostelano Alejandro Rodríguez Cadarso.

Pero aquel programa de redención a través de la cultura contaba ya en Galicia con otras expresiones no menos memorables. Se está conmemorando también este año el centenario de la constitución en La Habana de la llamada Liga Santaballesa cuando medio centenar de emigrantes chairegos se reunieron en la casa de Francisco Naveiro para crear en su parroquia natal una escuela que empezaría a funcionar en 1916. Uno de los promotores, Fermín Fraga, publicaría en 1908 en El Eco de Villalba un verdadero manifiesto de intenciones: "En un país en el que todos sus habitantes leen... se instruyen y, una vez instruidos, acometen sin desfallecer la magna obra del progreso de su patria".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_