El blanco de la mirada
Hay cosas que uno rara vez toma la molestia de preguntarse, sobre todo porque tras la molestia de hacerse la pregunta viene la molestia mayor de intentar responderla. Por esta razón, seguramente muy pocos se han preguntado por qué el blanco del ojo es blanco, y muchos menos aún disponen siquiera de una ligera idea de la posible respuesta.
Afortunadamente, nuestras sociedades disponen de científicos, esos extraños (aunque afortunadamente cada vez menos raros) individuos que se ganan la vida haciéndose preguntas e intentando responderlas. Cómo no, una de las preguntas que han intentado responder es, precisamente, por qué el blanco del ojo, conocido científicamente por el término esclerótica, es blanco.
Esta pregunta, en apariencia tan frívola, tiene su aquel. Es cierto que los humanos poseemos ojos muy visibles, coloreados de manera que facilita que otros sepan lo que miramos. De hecho, cuando se compara el color de la esclerótica con el de la piel circundante del ojo en 81 especies de primates, sólo una, la nuestra, posee la esclerótica de un color que contrasta altamente con ella.
Además, sólo los humanos poseemos ojos en los que el color del iris contrasta también con la blanca esclerótica. Y el área del rostro humano ocupada por los ojos es desproporcionadamente grande. Por ejemplo, la región visible de nuestros ojos es mayor que la del gorila, a pesar del mayor tamaño de este animal, y el área de esclerótica visible es tres veces mayor en humanos que en orangutanes. Parece que en la naturaleza humana está mostrar lo que miramos.
Estos hechos merecen una explicación y científicos del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, dirigidos por Michael Tomasello, han ofrecido una, a modo de hipótesis. Estos investigadores proponen que los ojos humanos han evolucionado por la necesidad de comunicación y cooperación entre nosotros. Esta hipótesis se apoya en otros hechos característicos de nuestra especie, pero no de otros primates. Por ejemplo, madres e hijos pequeños establecen interacciones que requieren atención mutua a un determinado objeto y en este contexto es, precisamente, en el que se adquieren las habilidades lingüísticas. En estas ocasiones se hace uso frecuente de gestos indicativos, como señalar con el dedo, gesto que no es utilizado por otros primates en su medio natural. Estas interacciones pueden verse, sin duda, facilitadas cuantas menos dificultades existan para conocer dónde se encuentra el blanco de la mirada del otro.
Para intentar confirmar o refutar esta hipótesis, Tomasello y su equipo realizaron sencillos experimentos. En ellos una persona se colocaba frente a niños de un año de edad o primates adultos y realizaba una de estas cuatro acciones: 1. Rostro hacia arriba, ojos abiertos mirando arriba. 2. Rostro hacia arriba, ojos cerrados. 3. Rostro hacia el frente, ojos abiertos mirando arriba, y 4. Rostro hacia el frente, ojos cerrados. Los científicos determinaban así si niño o primate seguían preferentemente la dirección de la mirada o la dirección de la cabeza.
Los resultados, publicados en Journal of Human Evolution, fueron claros. Los niños se fijaron preferentemente en la dirección de la mirada, y no de la cabeza, y los primates hicieron precisamente lo contrario. Esto quedó muy patente cuando el rostro de la persona se dirigía al frente, pero miraba hacia arriba. Los niños miraban entonces hacia arriba mucho más frecuentemente que lo hacían los primates. Esto indica que tener ojos visibles, con su esclerótica blanca, es importante para que podamos determinar dónde el otro dirige su atención y podamos así colaborar mejor con él.
No obstante, la hipótesis colaborativa no es la única posible para explicar el blanco de nuestros ojos. Podría ser que la esclerótica blanca fuera un signo de buena salud y, por tanto, de buenos compañeros sexuales con quienes transmitir los genes. Sin embargo, no existe evidencia científica a favor de esta hipótesis, pero sí evidencia que indica que la cooperación es mayor entre adultos humanos cuando los ojos son visibles. También se han hallado evidencias de que la mirada es un medio de control e impide actitudes egoístas o deshonestas. Mostrar al otro que lo estamos mirando es, sin duda, una manera de influir sobre su comportamiento y de indicarle nuestra voluntad de cooperación o de reproche.
Sea como sea, al menos tenemos ahora una idea sobre por qué la esclerótica es blanca: ha evolucionado así para comunicar fácilmente a otros qué o a quién miramos. En términos evolutivos, la aparición de individuos con escleróticas blancas supuso una ventaja reproductiva, y esa ventaja provino, muy posiblemente de la facilidad para cooperar e incluso para desarrollar el lenguaje, necesario para toda colaboración.
Jorge Laborda es decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Castilla-La Mancha.
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