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Columna
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Aristócrata en apuros

Tuvimos overbooking funerario durante el mes de agosto, con una tertulia de cadáveres exquisitos que levantaron las esclusas del elogio al doblar el cabo de la ultratumba. Casi terminado el mes, salta la noticia de otro personaje que cambió el arma a la izquierda, expresión cuartelera francesa tan legítima de citar como otra. Me refiero al óbito de José Luis de Vilallonga y Cabeza de Vaca, personaje que tiene más historia de la referida hasta ahora, oscurecido, quizá, por el clamoroso tránsito de Paco Umbral, el futbolista Puerta, la actriz Emma Penella y, en la segunda semana de este mes, el tenor Luciano Pavarotti.

Familiar nos fue su larga silueta, cercana a los dos metros de estatura, y el merodeo por el mundo del cine, como actor secundario, pero en películas del más glorioso Hollywood donde solía representar lo que era: un aristócrata, no siempre español. Pues creo que en Desayuno con diamantes, aquella deliciosa película, figuraba como noble brasileño, pintoresca prosapia la del marqués de Castellbell, título concedido a don José Amat y de Planella, noble del Principado de Cataluña, en 1702.

Su silueta, cercana a los dos metros, nos fue familiar y su merodeo como actor secundario

A través del remolino sucesorio fue a parar al padre de José Luis, una figura en la Monarquía de Alfonso XIII, que le otorgó la Grandeza de España, quizá por su refinamiento indumentario. Había convertido la ceremonia de vestirse en un rito, que se refleja en la conocida anécdota entre el monarca y el patricio barcelonés: "Me han dicho que tardas cuatro horas en vestirte. Yo lo hago en diez minutos". El marqués le dirigió una sumisa y desdeñosa ojeada y repuso: "Se nota, señor".

Conocí personalmente a la esposa de este figurín, Carmen Portago, hija del marqués del mismo nombre y hermana del Fernando Alonso de la época, esforzado corredor de automóviles. Fue durante la Guerra Civil, en el hotel Biarritz, de San Sebastián, hoy desaparecido y frontero al horror arquitectónico del Orly. Me acompañó, durante algún tiempo, el tono ronco de fumadora y trasnochadora de la marquesa, mujer fea y de gran atractivo físico. No vi a su retoño José Luis, y nunca me pareció creíble la especie de que, siendo voluntario adolescente, le obligaran a formar parte de un pelotón de fusilamiento, mentira que se suelta y luego no se sabe cómo rectificar a lo largo de la vida.

Supe del joven en París, cuando una común amiga de mi mayor aprecio y afecto organizó una cena a petición de Vilallonga, que deseaba ofrecer su colaboración, en mi calida de editor y director de la revista madrileña Sábado Gráfico. La anfitriona era Diana Albéniz de Ciganer, esposa del renombrado peletero André Ciganer y sobrina carnal del compositor Isaac Albéniz. Ya entonces tenía una hermosísima hija, última de su prole, llamada Cecilia, esposa hoy del presidente Sarkozy, jefe del Estado francés.

José Luis reanudó su colaboración en los periódicos españoles a través de las páginas de Sábado Gráfico. Las remitía en francés, pues había olvidado el idioma materno. Yo le traducía los trabajos, que al comienzo eran refritos. Luego se pasó a la factoría de ordinarieces que era Interviú, donde pagaban mucho por las firmas. Vilallonga excluyó de su biografía aquel dato, que tampoco tenía importancia.

Durante lo más de su vida le persiguieron, a corta distancia, sastres, comerciantes, joyeros y galeristas, pues memoria dejó, como hombre espléndido, amigo de todo lo bello, sin reparar en el precio, que no era partidario de abonar. Como articulista tuvo merecido éxito al contar cosas interesantes, extraídas de su excepcional entorno. La mayoría de los periodistas reducía el horizonte al hogar, el lance doméstico y el liberador café Gijón.

Él disfrutó, trabajó duro y tuvo una opinión desdeñosa de la ética. Su exclusiva biografía del Rey resultó una compota de elogios y adulaciones que le reportaron buenas rentas, imagino que dilapidadas según su pródigo estilo. Yo le admiré, desde la estatura hasta otras muchas cosas, y, en su memoria, envío el pésame a los allegados y acreedores.

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