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Columna
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El verano de Gallardón

Casi nada de lo que sucede en política es casual y, desde luego, nada de lo que pasa con Alberto Ruiz-Gallardón. Sus declaraciones en medio del relajo agosteño no fueron algo improvisado, casual ni fortuito, Gallardón dijo lo que quería decir, cuando quiso decirlo y para producir exactamente el efecto que produjo. En sus manifestaciones públicas rara vez hay puntada sin hilo y nunca falta el hilo cuando se trata de algo relacionado con la política interna del partido, o sea, lo que más le pone. Un ilustre predecesor, aquel cínico genial llamado Enrique Tierno, que dominaba magistralmente los resortes mediáticos, nunca tomó vacaciones en agosto mientras fue alcalde. Antes de que otros lo advirtieran, él era consciente de que en esas fechas los medios de comunicación andan huérfanos de información y que cualquier bacalada puede convertirse en portada. Tierno, que provenía del PSP, era un verbo suelto dentro del socialismo y necesitaba hacerse notar para mantener su fuerza dentro de la organización. Lo logró, tuvo sus portadas cada verano, vistió el cargo de alcalde de Madrid como nadie lo había hecho nunca y alcanzó unos niveles de popularidad sólo comparables con los del entonces presidente, Felipe González.

Alberto Ruiz-Gallardón, que siempre da las entrevistas con cuentagotas y sólo cuando a él le conviene, concedió una justo el día del año en que la actualidad nacional ofrece menos material con que cubrir los espacios informativos. Escogió el momento y el medio idóneo, la agencia de noticias Efe, que suministra información a todos los soportes mediáticos del país. Sabía que sus declaraciones encontrarían hueco hasta en la prensa regional de otras comunidades y era igualmente consciente del serial que desataba el proceso de acción y reacción. Era consciente también que el entrevistador preguntaría sobre sus deseos de acompañar a Rajoy en la lista del Congreso y respondió lo que igualmente intuía que levantaría ampollas donde quería que las levantara. Y, al igual que si pulsara la tecla de un piano, el macillo tocó las cuerdas que pretendía sonaran con el tono deseado. Vibraron las de Acebes y Zaplana como las de dos pardillos. El primero, con su natural casposidad, diciendo que ahora no toca, como le gustaba a Aznar, y el segundo, con esa inmensa jeta de la que es poseedor, para acusarle de poner en riesgo el trabajo bien hecho desde la oposición. Sus previsibles entradas al trapo realimentaron el asunto volcando todos los focos sobre la figura del alcalde de Madrid. Más hábil fue Esperanza Aguirre, quien supo atrincherarse en su extrañeza de que las palabras de Gallardón puedan sorprender a alguien. Después, por debajo, ya le mandó un recadito amenazando con rebelar a los concejales que ella infiltró en el Ayuntamiento. Y es que por mucho que les joda, es difícil defender la crucifixión de un político por expresar que le apetece sentarse en el Congreso. Aunque nadie se chupe el dedo, lo de ayudar a su líder y ponerle voz a Madrid resulta políticamente impecable. Todo eso estaba bien calculado, incluidas las aclaraciones deliberadamente ingenuas de don Alberto y la caña que metió Manuel Cobo.

Mientras Cobo se preguntaba en alto qué intereses mueven a quienes no quieren que los mejores participen en las elecciones, Gallardón reclamaba en segunda derivada "un programa centrado, moderado y pragmático". Eso terminó por arrebatar a quienes pretendía pinchar. El secretario del Grupo Popular, Jorge Fernández, le tachó de irreverente y maleducado; Martínez Pujalte le largó otra lindeza y, entre unos y otros, fueron conformando el blanco sobre negro urdido por el alcalde de Madrid. Al arrancar la tercera semana de agosto, ni un solo medio de información general se resistía a reflejar el contraste. Rajoy estaba desbordado. Cuando salió para intentar poner orden, su ambigüedad fue tal que no parecía mandar un pimiento en ese partido. Fraga hablando de sucesión remató la jugada. Don Mariano nunca debió dejar que le arrastraran los del pasado y ya es tarde para sacar el genio. Las encuestas de septiembre cantan, en el PP hay gente mucho más fuerte que él. Lo son Aguirre y Gallardón, y lo sería Rato si quisiera. De momento, el político del verano 2007 ha sido el alcalde de Madrid. Pero esto no ha hecho más que empezar.

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