_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Lo que el fuego se llevó

Zumban todavía por los aires de La Plana y de L'Alcaltén las avionetas y helicópteros que intentaron apaciguar las devastadoras lenguas de fuego en varios frentes. Vigilan ahora que no se aviven los rescoldos de unas llamas que asolaron los términos municipales de Les Useres y Costur, Figueroles, Atzeneta del Maestrat y Llucena. Durante tres largas jornadas aparecían apenas despuntaban los primeros rayos de sol, y volvían al silencio y a la espera cuando las montañas prolongaban sus sombras, cuando el humo y la noche impedían toda visibilidad en la histórica comarca de L'Alcatén. El esfuerzo de quienes combaten el fuego, que siempre es un trabajo de riesgo, merecen un alto respeto y consideración no sólo por parte de políticos o administradores de la cosa pública sino de toda la ciudadanía.

Los incendios forestales devastan la geografía hispana, y por ende la del País Valenciano, desde hace muchas décadas. Tierras áridas de torrenciales lluvias irregulares son estas mediterráneas en que vivimos, pero eso ya no es ninguna novedad ni tan siquiera para los miles de turistas que nos visitan. Nuevo es un cambio de mentalidad más o menos generalizada ante la destrucción de las llamas. Hace algunos años, allá por el tardo-franquismo, los gobiernos preconstitucionales lanzaron algunas campañas publicitarias de tipo preventivo contra los incendios forestales, cuyos eslóganes rezaban algo así como "cuando un monte se quema, algo tuyo se quema". Y algún ácido humorista de la época a quien le desagradaban las dictaduras, parodiaba las leyendas de la campaña oficial dibujando en una viñeta a un potentado con chistera junto a uno de sus lacayos; el lacayo se dirigía al potentado con sangre azul en sus venas indicándole: "Cuando un monte se quema, algo suyo se quema, señor conde". En la sorna había una referencia implícita al latifundismo histórico, aliado del régimen que surgió de la Guerra Civil. Ha llovido mucho desde entonces y se han calcinado demasiadas hectáreas de bosque, monte y matorral. Los valencianos de este rincón del norte que con frecuencia saboreaban la belleza natural al contemplar las ramblas, barrancos y pendientes de L'Alcalatén, saben sobradamente, este año de 2007 fatídico y de incendios, que la naturaleza no nos necesita pero nosotros necesitamos la naturaleza. Necesitamos incluso el terreno montañoso, abundante en rocas calizas desnudas de vegetación, que aparecen estos días rociadas de ceniza por Costur, Figueroles o Les Useres. Nadie pregunta por las actas notariales de propiedad, porque los valores naturales y paisajísticos son patrimonio de todos en el secano y en la línea de la costa.

El secano de L'Alcalatén se lo arrebató Ximeno de Urrea a los hispano-musulmanes. El castillo de Alcalatén, en los alrededores de la laboriosa L'Alcora, fortaleza que dio nombre a la comarca ahora devastada por el fuego, fue emblema de poder; las pocas ruinas que quedan del mismo deben añorar las grandezas de señoríos y latifundistas del pasado. Las cenizas y los esqueletos calcinados de los árboles añoran los pastos y la ganadería, el vino, los algarrobos, el aceite, las patatas, el trigo y los higos de L'Alcalatén sufrido y trabajador de ayer mismo: un L'Alcalatén de todos en donde el chorrillo de una humilde fuente en la escarpada ladera de un monte lograba la aparición del verde cuidado de una diminuta huerta.

Pero llueven cenizas sobre cenizas este año en estas comarcas valencianas norteñas: allá por marzo fue donde Gaibiel en la Sierra de Espadán o en el Prat de Cabanes, y de forma intencionada, donde apareció el fuego; y desde el término de Borriol, y quizás también por negligencia humana como ahora en Les Useres, llegaron las llamas hasta las puertas mismas de la capital de La Plana, sembrando de fúnebre gris las colinas cercanas; unos cerros literarios, la Penyeta Roja y el Tossal Gros, que los escritores contemporáneos integraron en la mitología local.

Tampoco los respetó el fuego. Respeto merecen sin embargo, a pesar de las imprescindibles críticas y la alteración del ánimo ante la tragedia de las llamas, el trabajo humano y la coordinación de quienes combatieron el fuego y vigilan todavía los rescoldos de l'Alcalatén. Respeto merecen la Administración central y la autonómica, codo a codo frente al fuego, como debería ser siempre en asuntos que son de todos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_