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Reportaje:Atletismo | Campeonatos del Mundo

La guerra del 1.500

Higuero, repescado tras una eliminatoria violenta, llena de codazos y empujones, acompaña a Casado y Gallardo en la final

Carlos Arribas

Cuestión de volumen, podría decirse. Aunque Arturo Casado, imperial, pegado a la cuerda, roca inamovible a la que quien quisiera adelantar debía rodear, hablaba de determinación y de suerte, lo que le faltó a Juan Carlos Higuero, un pajarito, en medio de aquel fregado, era peso. O volumen. O fuerzas en la última recta.

Las carreras de 1.500 metros parecen habitualmente peleas de barrio, un todo vale en el que tienen más valor unos codos afilados que unas buenas piernas. A ellas están acostumbrados los aristócratas de la media distancia, que antes aprenden a atacar y defenderse que a dominar las sutilezas tácticas. Es la ley de la selva que todos aceptan: el que se queja, el que llora, recibe el desprecio como respuesta. El orgullo nunca le permite a un millero que se precie reconocer que le han zurrado. Lo de ayer en la primera semifinal, en la que Higuero compartía cartel con algunos de los grandes favoritos, como el francés Mehdi Baala o el estadounidense de origen keniano Bernard Lagat, sin embargo, fue un pelín más allá: de los codazos se pasó a las patadas y de ellas, en una última recta caótica y espeluznante, a los empujones y los agarrones. Todo, por un sueño. Por una final. Como telón de fondo: la frustración y la ansiedad de Baala, gran clase, grandes piernas, grandes marcas, que no ha logrado clasificarse para una desde que quedó el segundo en los Mundiales de París 2003.

"¿Dónde está la federación? ¿A qué esperan para reclamar?", se quejó el de Aranda

Tras unas primeas vueltas lentas, la carrera se aceleró en el último 400, cuando, al toque de la campana, Higuero tomó la cuerda en cabeza y se dispuso a mantenerse sin agobios. Justo allí, comenzaron sus problemas: a su derecha, molestando, se colocó el etíope Gebremehdin. Higuero se picó, como quien quiere quitarse a un moscón de encima, y empezó a derrochar fuerzas: pequeños acelerones, frenazos, arrancadas. "Pero era agobiante. Ni me pasaba ni se quedaba detrás. Sólo, ahí al lado, molestando", dijo el de Aranda. Aquélla fue la primera. La segunda, a falta de 200 metros, a la entrada de la última curva, cuando Baala ya empezó a ponerse nervioso al sentirse encerrado e intentó colarse por la cuerda. Higuero le cerró la puerta: primer choque de trenes. Y la traca final, en la recta, cinco plazas en la final esperándoles, 12 fieras dispuestas a comerse la pista. A 50 metros, alguno se la comió cayendo de bruces. Baala, encerrado detrás de una pantalla de cuatro atletas, decidió, en palabras del presidente de la federación española, José María Odriozola, "jugar al rugby" para abrirse paso. Empujó al marroquí Baba, al neozelandés Willis y al etíope también. Reacción en cadena: unos cayeron sobre otros o tropezaron entre ellos. El etíope se agarró a la camiseta de Higuero, quien, con el gancho en el cuello, asfixiado en el paroxismo del esfuerzo, trastabilló, dudó y se paró. Higuero terminó la carrera lejos del primero, Lagat; de los primeros, de la final: 3m 44,15s. Octavo, eliminado.

Como una hidra se presentó el arandino en la zona mixta rompiendo la ley de prohibido quejarse, exigiendo justicia. "¿Dónde está la federación?", clamó; "¿a qué esperan para reclamar? Me han sacado de la pista a codazos. Y el etíope no ha parado de cerrarme adrede. Vale, yo no tenía cambio. He corrido mucho en la contrameta para mantener la posición, pero ellos tampoco podían ir más rápido: sólo por inercia, ya habría entrado delante".

La reclamación llegó y, probando una vez más la influencia española en los despachos de la IAAF al día siguiente de la plata de Paquillo, triunfó. El jurado descalificó a Baala -otra semifinal maldita para el francés, el mejor especialista europeo-, con lo que Willis pasó al quinto puesto, que le daba el pase, y repescó a Higuero y Baba. La final de mañana, así, contará con 15 atletas. Entre ellos, tres españoles, pues a Higuero le acompañarán Casado y Sergio Gallardo, clasificados sin tanta violencia en la segunda semifinal. Aunque también con sudor y sangre, como lo que exhibía en la zona mixta el berciano Gallardo, quien perdió una zapatilla a falta de 400 metros y a falta de 300 dio una patada, con el pie descalzo, a la tremenda mole de Casado. Terminó sexto y pasó por tiempos.

"Vi la estrellas. Me machaqué los dedos", dijo el atleta de Juan Carlos Granados cojeando espectacularmente. Feliz. "Si he corrido como he corrido descalzo, imaginad lo que habría hecho con las dos zapatillas...", dijo; "creo que he recibido la energía de mi familia de Ponferrada, de mis amigos de Pucela". Casado, en cambio, sin agobios, pegado a la cuerda, intocable. La serie la ganó Ramzi, el campeón saliente. "Cuidado", advirtió el madrileño; "está como hace dos años".

Juan Carlos Higuero (a la derecha), tras recibir un codazo en la conflictiva recta final.
Juan Carlos Higuero (a la derecha), tras recibir un codazo en la conflictiva recta final.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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