Un suplicio
El keniano Kibet gana un maratón inhumano en el que Chema Martínez fue décimo y Ríos terminó deshidratado y en la enfermería

"Rápido, rápido, que me estoy mareando", les dijo José Ríos, diminuto, todo piel y huesos, a los periodistas en la zona mixta justo antes de caer redondo en el suelo. Allí, tumbado sobre la moqueta, vació su estómago a reventar de agua vomitando mientras el médico del equipo español, Christophe Ramírez, observaba su piel seca pese a la humedad ambiental, sus músculos acalambrados: síntomas de deshidratación. Síntomas de que el carnicero de Premià de Mar había manejado desde el comienzo hasta el hundimiento, cerca del kilómetro 30, una táctica suicida por lo agresiva, por la manera en que, con tirones en cabeza, despreció las condiciones ambientales. Síntomas de que el maratón que acaba de terminar Ríos (17º, 2h 22m 21s) había sido, más que una carrera, una lucha por la supervivencia en un ambiente extremadamente inhóspito: a las 7 de la mañana, hora japonesa en que comenzó la primera final del Mundial, en Osaka el sol quemaba, la temperatura se acercaba a los 30 grados, la humedad era del 81%; a las 10.16, cuando el keniano Luke Kibet, el joven y sorprendente ganador del maratón más lento de los 11 Mundiales disputados, cruzó la meta, aunque la humedad había descendido ligeramente (67%), la temperatura había subido hasta 33 grados.
Por lo menos Ríos, que bebió mucho, pero tarde y mal, cuando su cuerpo ya no podía asimilar el líquido, se recuperó rápidamente merced al suero intravenoso. Peor arreglo tiene lo de su amigo Julio Rey, que se retiró mediada la carrera tras ver que, por culpa de un malestar no especificado, no podía ni acelerar para coger agua en los avituallamientos. Tampoco terminó la prueba otro toledano, el debutante Óscar Martín, así que el único español medio feliz en la madrugada japonesa era Chema Martínez, inasequible al desaliento, prudente en carrera donde las haya, que terminó décimo tras digerir a su ritmo (3.15m el kilómetro, más o menos) los 42,195 km.
Lo de Kibet fue otra cuestión. En Kenia hay por lo menos 500 atletas que actualmente bajan de 2h 20m en el maratón; en las listas mundiales, 18 de los 30 primeros son kenianos; el récordman mundial, Paul Tergat, es keniano. Así visto, no debería sorprender que un keniano ganara el Mundial, ni, si vamos a ello, que todos los campeones olímpicos y mundiales fueran nativos del altiplano de Eldoret. Y, sin embargo, Kibet, de 24 años, es sólo el segundo campeón keniano en la historia del maratón olímpico y mundial, 20 años después del primero, Douglas Wakiihuri, un compatriota afincado en Japón. Y, sin embargo, Kibet era sólo el 18º de su país por marca este año. Pese a ello, pese a que las grandes figuras kenianas, Tergat, Lel, Limo, prefirieron un maratón de pago antes que el Mundial, Kibet, adscrito al cuerpo de funcionarios de prisiones de Nairobi, ganó. Fue, por lo menos, el único que llegado el kilómetro 31 en vez de pensar en sobrevivir decidió que el ritmo era demasiado bajo y atacó.

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