Castella torea y manda
Venía de Palma a las Corridas Generales de Bilbao. Me saludó en el vestíbulo del Guggenheim, intercambiamos breves palabras sobre la afición catalana y balear y desapareció en la bruma, escaleras arriba. Su presencia, sin duda, contribuyó a que a las tres y media se avistara un trozo de cielo azul por primera vez en diez días. A las seis los toreros hicieron el paseíllo, con más claros que nubes, y en las gradas llenas bullía una alegría diferente.
La tarde fue de Castella. "El toro de 5 y el torero de 25". No los ha cumplido aún Sebastián y ya manda con firmeza. Casi los tenía su primer toro y los sobrepasaba, sobrado, el segundo. Con ambos toreó y mandó. El segundo se pitó al salir, parecía chico. No se inmutó el francés que, a pies juntos, le fue dando verónicas ceñidas, para acabar, casi en derribo, con chicuelina y media indolente. Ya había silencio, que fue griterío cuando voló al caballo y el piquero le inició la metralleta. Se recibió el brindis con calor, y así los tres cambiados y el remate en desmayos. Antes de la primera tanda ya se pedía música y las palmas tronaron cuando templaba, muy toreado y radial, por ambas manos. Tocaba el toro la tela cercana que lo llevaba en órbita y embestía alegre al tomar distancia, y allí las palmas fueron oles. La estocada seca, frontal al fondo, que dejó al diestro momentáneamente tendido, tendió también, tras descabellar, definitivamente al toro. Ahora, se arrastró entre aplausos y el cielo se despejó de nubes cuando paseó la oreja.
Garcigrande. Ortigao / Ponce, Castella, Manzanares
Toros de D. Hernández Garcigrande, bien en el caballo, bravo y bueno el 2º, flojeó el resto; y 5º y 6º de Ortigao Costa con casta y dificultades. Enrique Ponce: media y descabello (silencio); pinchazo y desprendida -aviso- (palmas). Sebastián Castella: estocada y descabello (oreja); metisaca, media honda y descabello (saludos). José María Manzanares: 4 pinchazos, media y descabello (silencio); 2 pinchazos y estocada -aviso- (silencio). Plaza de Vista Alegre, 24 de agosto. 7ª de Corridas Generales. Lleno.
El quinto de Ortigao era de 2001 y recibió verónicas sabrosas, metiéndolo al cuerpo. Muy bien Castella en la muleta con el cinqueño desconfiado, que empezó flojo y andarín y terminó en el trapo. Achuchando, discutiendo, avisando, pero en el trapo. Y bien la afición bilbaína, de buenas luces, en las luces -al fin- claras de la tarde, que tronaba en ovación unánime en los circulares finales que mostraban el dominio del torero.
Ponce tuvo dos enemigos flojos. Ambos acudieron al peto, pero a partir de ahí variaron su comportamiento. El primero, tras arquearse Ponce despacioso en la boca de riego, mirarlo e invitarlo, la muleta en la derecha, en la izquierda... se puso a escarbar y a buscar el agua que, hasta hoy, nos había aguado las fiestas. Todo su genio quedó abandonado en el caballo.
El segundo -¡mierda de toro!, dijo alguien con fastidio cuando salió, temblón, de varas- fue recuperado poco a poco por el sabio de Chiva que, como hechicero, le dio distancia, lo dejó bullir y, aunque cayó tres evangélicas veces, terminó por arrancarle pases e inventar la embestida. No había ardor -no podía haberlo-, emoción ni bravura, pero la afición dio un justo premió a la sabiduría. Hasta se pidió música.
No fue la tarde de Manzanares. El tercero, fue saludado con verónicas bajas que prometían sorpresas y que no bastaron para detenerlo: quería caballo y las promesas crecían en intensidad, sobre todo después de ir bien pareado. Más dura sería la caída. En efecto, se cayó al primer pase de castigo y aquel tropiezo condicionó su comportamiento: su incesante pasar llevaba un trote débil y cabeceante que congeló la faena.
El sexto metió dos porrazos al peto de los de quitar el hipo, y Manzanares se armó de muleta, abrió, generoso, el compás y lo quiso mandar. Pero el toro, que andaba derrotón y difícil, no aceptó el mando. Humillarlo era un calvario y la contienda quedó en empate.
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