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Reportaje:OFICIOS Y PERSONAS: | JOSEP MIQUEL SOUSA / Carpintero

De la artesanía a ensamblar piezas

Cogió el primer serrucho a los 14 años y ahora ve cómo las grandes superficies han cambiado la profesión

Lluís Pellicer

Cuando Josep Miquel Sousa (Malgrat de Mar, 1956) aprendió el oficio de carpintero no había la variedad de maderas, máquinas y colas de hoy, ni existían los módulos prefabricados. No, cuando cogió el primer serrucho en el taller de su padre, a los 14 años, su trabajo era el de un artesano de la madera. "Ahora el oficio, tal y como lo concebimos los que lo ejercimos, ya ha muerto", se lamenta. En las carpinterías ya no hay aprendices. Sousa recuerda cuando empezó a ayudar a su padre en ese local impregnado de olor a madera de pino. "Te fijabas en lo que hacían los otros, limpiabas, ayudabas en lo que podías y te pasabas el día deseando que en algún momento te pidieran que pusieras un clavo o cortaras una madera".

El carpintero debía adquirir habilidades. Y ello requería esfuerzo. Pero hoy el aprendiz casi no existe. Y a juicio de Sousa, su desaparición forzó la muerte del oficio. "Era un artesano que cogía la materia prima en su estado original y debía transformarla hasta hacerla un mueble", explica.

Sousa define al carpintero de ahora como "un ensamblador de piezas", que trabaja sobre todo con módulos prefabricados. Poca gente se refiere ya a "mi carpintero" como tampoco habla de "mi lampista". Ningún profesional tiene ya demasiados clientes fijos. En esta falta de conexión tienen que ver los cambios en el mercado del mueble. "Se han abierto al público grandes superficies de bricolaje y materiales", recuerda. Además de la competencia de la multinacional sueca Ikea, que tiene las de ganar en la batalla de los precios. "No en la de la relación entre la calidad y el precio", puntualiza. Las calles de Malgrat, por ejemplo, han ido perdiendo carpinterías y ya sólo quedan cinco talleres. El suyo, de hecho, lo trasladó a Sant Genís de Palafolls hace unos 18 años.

El oficio también ha ido perdiendo reconocimiento. "Es el hermano pobre de la construcción", se queja. En la época del boom inmobiliario, añade, es el subsector que menos ha notado la bonanza. "El Gremio de Carpinteros del Alt Maresme recomienda facturar 30 euros la hora por la mano de obra. En la práctica, pocos lo hacen, y eso que un lampista o un mecánico cobra mucho más". Sousa cree que el oficio permite vivir. Los pequeños talleres, además, deben afrontar también las frecuentes demoras en los pagos. "El cliente es muy exigente. No lo es cuando va a Ikea y compra algo que tiene alguna tara, y que es obvia. Pero sí cuando acude a un carpintero. Y en muchas ocasiones exige rebajas que en las grandes superficies no se le ocurre reclamar".

A pesar de que considera que su profesión es la carpintería, y de hecho no se ha desvinculado de ella, hace unos años que dejó su taller a su hermano y a su hijo, que sigue con la profesión, y ahora se dedica a trabajar de comercial para una firma de materiales. El trabajo le gustaba. "Era muy agradecido, sobre todo para el tacto y el olfato... Me encantaba cortar la madera...", comenta. También se siente reconfortado cuando la gente le recuerda que todavía tiene uno de sus muebles, o bien cuando, tras una entrega con algo de demora, le piropeaban: "Hemos esperado, pero ha valido la pena".

Si mira atrás, a Sousa lo que más nostalgia le produce es la pérdida del trabajo artesanal, ver cómo un trozo de madera se convierte en días, quizá semanas, en un armario o una silla. O recordar las dificultades para unir las piezas. "Lo hacíamos a base de lazos, porque la cola por sí sola no aguantaba", recuerda. O la escasa variedad de maderas con las que trabajaban. "Teníamos la maciza; la de pino de Flandes, que procedía del norte de Europa; las tropicales, como el sapeli, y las más preciosas, que eran las de roble o haya. Poco más, cuatro tableros y cuatro aglomerados", señala. U observar cómo las reparaciones pierden peso dentro de la actividad. "Antes vivíamos mucho de los arreglos. Pero ahora... ¿cuántas veces nos encontramos con muebles y sillas al lado de un contenedor de basura que no están en tan mal estado?".

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A pesar de que considera que el oficio ha desaparecido, no cree que también vaya a hacerlo la figura del carpintero. "Tomará otras formas y desempeñará tareas más industriales y mecánicas, y no tanto artesanas", prevé. Y cambiará en otras muchas cosas: se especializarán y renunciarán a procesos de los que ya se encargan empresas que dispensan módulos prefabricados. Quedará, prácticamente, sólo el olor de la madera de pino.

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Sobre la firma

Lluís Pellicer
Es jefe de sección de Nacional de EL PAÍS. Antes fue jefe de Economía, corresponsal en Bruselas y redactor en Barcelona. Ha cubierto la crisis inmobiliaria de 2008, las reuniones del BCE y las cumbres del FMI. Licenciado en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona, ha cursado el programa de desarrollo directivo de IESE.

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