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EL VIAJERO ERRANTE
Columna
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Marisqueando en el mar de Teruel

A las ocho de la mañana hay vida en Calamocha. Los aldeanos pasean a los buenos días. Y los ciclistas se hacen sus kilómetros y se arriman en esta inmensa llanura fértil hasta Gallocanta, la mayor laguna salada de Europa, según cuenta en el centro de información. A diferencia de las Tablas de Daimiel, el agua no le viene de abajo, sino de arriba. "Ha sido año de lluvias y en marzo tuvimos hasta 38.000 grullas. Jamás había criado el pato colorado, y esta vez crió".

Pero es verano, y donde llegó el agua ahora queda un suelo nevado, el salitre, y las grullas se han ido y las avutardas no pasan de un par de docenas. Es un terreno lunar para animales y senderistas madrugadores.

El madrugón vale la pena por el cambio de ecosistema que se ve. El coche se abre paso entre lagartijas somnolientas y desconfiados vencejos y, de repente un zorro, con su cola de plato, atraviesa el camino; de algún after hours, seguro. La visión de la raposa se saborea como la de un leopardo en el Sherengeti.

Sigo rastreando el subsuelo de Teruel, esta vez a unas decenas de kilómetros: las minas de hierro de Ojos Negros, en la sierra Manera, cerradas hace ya veinte años. De su pasada actividad se mantienen en buen estado una barriada fantasmal, con su casino, su biblioteca y su panadería, entre un paisaje de rojo y verde. Lo único que se mueve son los molinos de viento en las crestas de las montañas. "¡Va!, están en Guadalajara y además eso no da empleo!".

Ramón trabajó 28 años en las minas de Ojos Negros. Ahora le da al tute en el hogar de Los Mayores -a lo que se ve ni jubilado ni tercera edad son expresiones correctas-. "Llegamos a trabajar 600 personas y otras 1.000 para el ferrocarril de Sagunto". Ahora, nada de nada. En el poblado viven 30 personas en invierno, "pero en verano están ocupadas las 100 casas; unos vienen de Valencia, otros de Zaragoza. Paz, tranquilidad y aire puro. Nada hay más sano que esto". Aprovechando que ha bajado la marea en Teruel nos vamos a marisquear.

-Que te he dicho que cuidado con la espátula, que le vas a hacer daño a la niña. Y tú métete pa dentro que aún te va a llevar un coche.

En medio de la curva, dos niños y dos mujeres recogen algo de la cuneta.

-Qué ¿A rolex o a setas?

-A fósiles, señor, a fósiles. Así pasan la tarde los chicos, que una no sabe dónde meterles.

Son las seis de la tarde y de los 30 no bajamos. Y en la cuneta peor, aunque los niños se cubren con gorras. Cada chaval lleva su cubito y su herramienta para cavar en el terraplén.

-Si no hace falta ni cavar, si están a la vista. Mira ahí, eso es una almeja, y eso otro un trozo de caracola.

La abuela es una experta. "Eso que tiene usted en la mano es un trozo de brazo de pulpo, y eso otro un mejillón. Todo esto era mar, pero hace mucho ya". La madre no recolecta, "a mí las piedras no me atraen".

Un nuevo trayecto en la carretera ha cortado por la mitad el monte de Bueña y ha dejado al descubierto la gran mariscada. Los fósiles llegan hasta el asfalto; a poco que se acostumbre la vista, cada piedra tiene huellas de viejos moluscos o incrustados caracoles y caracolas, y almejas perfectas hasta con la rajita de las dos conchas. Es un vicio el rastreo, hasta que entre piedra y piedra aparece una culebra. ¡Coooño con los seres vivos!

Teruel es la nada en el buen sentido de la palabra; en el de espacios inmensos, vacíos de gente, pero con enormes bosques de pinos. Veraneo en Teruel, pues sí; aire puro y tranquilidad, y muchos tesoros ocultos. En esta etapa nos dedicamos a su subsuelo: el agua salada de Gallocanta, las extintas minas de hierro de Ojos Negros y un yacimiento de fósiles cerca de Bueña. En Teruel todo es diferente.

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