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LOS LIBROS DE LA SEMANA

Entre Poe y Correcaminos

LA LITERATURA uruguaya parece pródiga en grandes escritores realistas y, a la par, es fecunda en la contrapartida marginal que los contradice: la línea fantástico-extravagante que el crítico Ángel Rama denominó "rara" y conformó como una dinastía variopinta, desde su fundación con Lautréamont y Felisberto Hernández hasta Armonía Somers, Mercedes Rein o José Pedro Díaz.

Dentro de ese catálogo, la rareza de Mario Levrero resulta especialmente inquietante porque es una rareza móvil, ambigua, inaprensible, diferente incluso de sí misma. Los prodigiosos cruces que propicia -a medio camino entre la ciencia-ficción, el relato maravilloso, el fantástico surrealista, la novela de folletín, la policial, la psicológica- se complementan con una variedad aún mayor de citaciones. Sus cuentos suenan a Poe, a Carroll, a Bradbury, pero también a corto de animación, con notas de Bugs Bunny y trampas mecánicas de Coyote contra Correcaminos "marca Acme".

Algún crítico prefirió calificar su modalidad agenérica de "narrativa luminosa": una actividad en la que el texto se engendra desde su emoción de contar, sin pararse en consideraciones paradigmáticas ni clasificaciones orientadoras. Lo mismo predice un posapocalipsis de montevideanos futuros engullidos en gelatina -el tsunami sólido imaginado en una de sus primeras y más alabadas historias- que la muerte hiperrealista de una paloma en la terraza de su novela póstuma. Pero además Levrero es imprevisible en su ubicación dentro de lo que relata: es capaz de permanecer en segundo plano, de ausentarse o, por el contrario, llenar autobiográficamente -como el fumador compulsivo, inventor de crucigramas que es su último protagonista- el proceso irrefrenable y, a la vez, refrenado de una narración sin estilos, adscripciones, señales, ni denominaciones de origen.

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