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Reportaje:

Hillary: ambiciones a la carta

La correspondencia de la aspirante a presidente revela sus aspiraciones

La palabra escrita tiene el poder de cincelar emociones y experiencias del pasado que a veces ni siquiera la memoria es capaz de recordar. Nadie puede saber cómo evoca hoy su pasado la aparentemente fría y calculadora Hillary Rodham Clinton, ex primera dama de EE UU, senadora y actual aspirante a la presidencia. Pero gracias a su amigo John Peavoy, compañero de colegio de Park Ridge, el suburbio de Chicago en el que creció la ambiciosa mujer del ex presidente Bill Clinton, podemos entender cómo veía lo que entonces era su presente una mujer que dejó constancia de sus inquietudes y sus turbulencias en las cartas que escribió a Peavoy.

"Todavía no me he reconciliado con la idea de no ser la estrella", escribe a su amigo John Peavoy

Según el diario The New York Times, este hombre que hoy es profesor de inglés se carteó con Hillary entre 1965 y 1969, cuando ambos abandonaron Chicago para comenzar sus estudios universitarios en otras ciudades de la costa este. Entre ellos no existía, aparentemente, una relación sentimental pero sí amistad suficiente como para escribirse decenas de cartas, que Peavoy guardó con mimo y que hoy constituyen una ventana hacia el pasado de la que podría convertirse en la primera mujer presidente de EE UU.

"¿Es posible ser misántropo y aún así amar o que te gusten algunas personas?", pregunta Hillary a Peavoy en carta datada en abril de 1967. Como todo veinteañero, Hillary luchaba por encontrar un lugar en el mundo para su propio ego, una búsqueda que quizás aún la persigue, como revela en la premonitoria frase: "Todavía no me he reconciliado con la idea de no ser la estrella".

Por las cartas se puede ver la evolución política de una mujer que creció en una familia republicana, con un padre autoritario y muy conservador de cuyas ideas se fue distanciando en esos años universitarios. En las primeras misivas habla de "nosotros" (los republicanos), pero en 1967 ya les ridiculiza y se refiere a sus compañeros como "elos", y advierte con humor: "No se trata de un lapsus freudiano".

Meses después daba el salto definitivo hacia los demócratas con su trabajo como voluntaria en la campaña del senador Eugene McCarthy, quien, al igual que ella, aspiró a ser nombrado como candidato demócrata a la presidencia (sin éxito).

El típico conflicto padre-hijo también está presente en las cartas de Hillary, que se queja de la negativa de sus progenitores a dejarla viajar a Nueva York. La joven tenía entonces 20 años. "Sus razones (miedo a la gran ciudad, dinero y la idea de que ya he dado muchas vueltas últimamente) son ridículas" escribe.

Entre citas del libro Doctor Zivago, se define a sí misma como "reconocida agnóstica, intelectual liberal y emocionalmente conservadora", pero admite: ""Autodefinirse es muy deprimente". Por eso, escribe, "la única salida es evitar cualquier pensamiento introspectivo y aconsejar a los demás siempre que sea posible" . "La palabra yo'es la más triste del mundo", reconoce.

Su clara vocación de participar en la vida pública también está en las cartas. En una defiende su papel de "actor", en el sentido de activista cívico y en otra asegura que "si la gente responde a tu capacidad de dar respuestas, entonces es que probablemente seas esa persona".

Paradójicamente es Hillary quien le advierte a Peavoy que piensa guardar sus epístolas "y ganarme unos millones con ellas" cuando se haga famosa. "No critiques mis intereses mercenarios", le pide. Pese a los cuatro años de correspondencia, Peavoy, que vive una vida normal en el sur de California junto a su mujer y su gato Lulu, sólo volvió a ver a Hillary una vez: en el 30 aniversario de la graduación de su instituto en 1995. La fiesta se celebró en Washington para facilitarle las cosas a una ex alumna, Hillary, convertida entonces en primera dama estadounidense.

Hillary Clinton, en una imagen sin fecha de su libro de memorias.
Hillary Clinton, en una imagen sin fecha de su libro de memorias.

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