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Columna
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Tambucho

Hay quien imagina las vacaciones como ese horizonte idílico que se divisa desde un velero en alta mar; sin embargo, la panza del verano se parece más a un camarote donde fermentan todos los demonios con un calor de caldera de barco. Uno suele empezar la travesía con los mejores propósitos, impulsado por un garbino amable, pero al caer la tarde el viento se vuelve africano y cualquier embarcación acaba convertida en una ratonera. En cubierta apenas hay espacio y no es posible pasar por el tambucho sin rozarse o pisarse un pie. Poco a poco el ambiente se va cargando de electricidad, y no digo que uno quiera pisar deliberadamente a nadie, pero si por casualidad le da un pisotón a otro, se alegra de haberlo hecho. La cosa suele empeorar si además a la hora de comer se establece una calma chicha, bajo un aire de fuego, porque en esa sopa espesa la palabra más inocua puede transformarse en un hacha de guerra. Hasta las tripulaciones más avezadas llegan a puerto desarboladas y una vez en el pantalán se largan, sin despedirse, cada uno por su lado.

Navegar agosto es dificilísimo. Cada año, después de las vacaciones estivales los juzgados se ven desbordados por una avalancha de demandas de divorcio. Los matrimonios que mal que bien habían conseguido capear el temporal gracias a la jornada de trabajo, naufragan estrepitosamente ante la primera paella familiar. Para colmo, las hormonas revientan con el calor y los hijos de cierta edad son abducidos hacia un irredento estado del espíritu llamado adolescencia mientras los padres deambulan sin remedio hacia otra estación no menos virulenta que es la desesperación.

Nos pasamos todo el año con el cuerpo en un sitio y la mente en otro, pero cuando por fin elegimos un lugar de vacaciones para hacer coincidir la realidad con el deseo nos damos cuenta de que hay distancias imposibles de salvar.

Los antiguos pensaban que cualquier fuga de uno mismo está condenada al fracaso. Allá ustedes si han decidido desafiar las furias de agosto. Yo, por mi parte, pienso atrincherarme a cal y canto dentro de casa, en un refugio blindado de las Galias, y de ahí no me mueve ni dios. Feliz verano.

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