El delicioso placer de llorar
Hoy puede ya decirse, sin escándalo ni sorpresa, que el romanticismo aparece en la segunda mitad del XVIII en todas las manifestaciones del pensamiento, el arte y la espiritualidad. Sin que por ello la época deje de seguir siendo neoclásica y grecolatina, como demuestran, entre otros muchos, los casos de Goethe y Keats.
Las manifestaciones del romanticismo dieciochesco son abrumadoras, y trascienden las fronteras de las naciones y las lenguas. El concepto de sublimidad desarrollado por Kant y Edmund Burke, que explica, entre otras cosas la poesía que se ha llamado "de la noche y los sepulcros"; el auge de una Edad Media mitificada como época de desmesura y radicalidad en espiritualidad, pasiones y violencia, y la consiguiente resurrección del gótico; el deleite ante lo terrorífico y lo sobrenatural; las fantasías arquitectónicas de Horacio Walpole y William Beckford; la afloración de las emociones que popularizó Rousseau; la melancolía de Jovellanos ante el paisaje crepuscular y nocturno; la exaltación por Meléndez Valdés del "placer delicioso de llorar" y del "fastidio universal"; la complacencia en lo macabro de las Noches lúgubres de Cadalso; las pagodas y pirámides del parque parisiense de Monceau; la moda del "jardín inglés" asilvestrado, donde las "almas sensibles" se sentían más a su gusto que entre los geométricos parterres de Versalles. Incluso el mito de Drácula se lo debemos al XVIII.
Junto a la novela romántica tenemos la exótica y de aventuras, la histórica, la erótica y la de terror
Por otra parte, la llama naciente del romanticismo dieciochesco es avivada por la aparición de un amplio y asiduo público lector de novelas, una clase media ansiosa de cultura a la que se incorpora notoriamente la mujer. A ese público se dirige en el XVIII la oferta de la novela romántica. Tiene cuatro corrientes fundamentales, y no hay que decir que casi todas las novelas participan de más de una.
Ante todo, la novela sentimental de costumbres contemporáneas, y de personaje preferentemente femenino, se basa en el análisis psicológico, en el marco de las ambigüedades de la moral, y está repleta de amores, desengaños, seducciones, abandonos, infanticidios, puñaladas y burdeles. El Elogio de Richardson de Diderot (1761) es su manifiesto fundacional.
Junto a ella tenemos la exóti
ca y de aventuras, la histórica (de época preferentemente medieval), la erótica y la de terror o gótica, con frailes, obispos e inquisidores lascivos y asesinos, espectros, cadáveres ensangrentados y andantes, conjuros diabólicos, misas negras, oscuras mazmorras, fétidas criptas y ruinosos castillos en los que resuenan desgarradores lamentos y sordo arrastrar de cadenas.
La novela del XVIII aporta los componentes sentimentales, exóticos (en el tiempo y en el espacio) y terroríficos como para considerar una unidad, en cuanto a la gestación de la narrativa romántica, los siglos XVIII y XIX. Y para crear una estética que se ha mantenido en la imaginación popular y en el arte de masas hasta nuestros días: Frankenstein, Drácula, Cumbres borrascosas, Rebeca.
Guillermo Carnero es poeta, catedrático y especialista en literatura española y comparada de los siglos XVIII y XIX.
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