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DESDE MI SILLÓN | TOUR 2007
Columna
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Desilusión

Me pongo a escribir y me doy cuenta de lo que me espera: seguramente, éste será uno de los días en los que se me hará realmente duro escribir; quizá el más difícil.

Con la moral por debajo del suelo, y con la desilusión de todo lo ocurrido aún a flor de piel, me veo en el compromiso y en la necesidad de decir algo. Rasmussen es mi compañero, iba a ganar el Tour y ahora está en casa. Flecha, Boogerd, Menchov, Dekker, Weening, Niermann y De Groot, todo el Rabobank, también lo son, y estaban volcados con él en ese objetivo; lo mismo que los auxiliares, masajistas y mecánicos. Ganar el Tour era cosa de todos, y ahora, con Michael en casa, el equipo se dedica a deambular por el pelotón como sombras de lo que fueron. Y la dirección del Rabobank, mi equipo, es quien ha licenciado al líder por violar el reglamento interno, el mismo que yo acato.

Es triste, todo esto es muy triste. Es triste lo ocurrido, es triste recibir una noticia como esa al filo de la medianoche y es triste no poder conciliar el sueño por una pregunta: ¿y ahora qué va a pasar, qué va a ser lo próximo? Desconozco la verdad sobre el caso Rasmussen, tengo los mismos datos que todos, los que conozco por la prensa. Él es mi amigo, es mi compañero, pero él es el único responsable de sus acciones, así que él sabrá qué hay detrás de todo esto. El caso es que yo vivía su carrera con pasión, compartiendo con él la esperanza del triunfo y la ilusión de verle de amarillo en París. Después comencé a sentirme ofendido por la campaña de acoso y derribo que sufrió por parte de la prensa, del público, de mis propios compañeros, de la organización e incluso de la UCI. No obstante, me sentía orgulloso de él por ver que nada le afectaba en su rendimiento. Porque aguantaba y se mantenía cuando lo más lógico habría sido explotar y caer derrotado con las lágrimas en las mejillas: ¡no puedo más! Admiraba su capacidad para aislarse de todo y concentrarse en la carrera, lo único que le importaba.

Y de repente, una llamada me desvela y me dice que todo esto ha terminado. A mí se me cayó el mundo encima. Pero lo peor es que esa llamada no me sorprendió. No la esperaba, por supuesto, pero viendo el torbellino de sospecha y acusación en el que está enrocado el ciclismo, uno es consciente de que actualmente cualquier cosa es posible. Sí, digo bien, cualquiera.

En fin, que estoy triste, desilusionado, y que si me quedaba algo de inocencia, ésta se ha evaporado. Confío en que vuelva algún día, porque si no... Y nada más, esta vez ni siquiera he visto el Tour. La verdad es que no he podido, pero no es menos cierto que tampoco me apetecía lo más mínimo. ¿A alguien le extraña? Hoy ya veremos.

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