La voz domada
Las voces grandes siempre levantan pasiones entre la parroquia liceísta. Hay divos que cautivan más por la elegancia del fraseo, la musicalidad, la perfección técnica y la belleza tímbrica que por el tamaño de su voz. Pero, si además de cantar bien, tienen la voz grande, arrasan. Y eso es, exactamente, lo que hizo la mezzosoprano estadounidense Dolora Zajick anteayer en el Liceo, arrasar en la primera función del montaje de Norma, de Vincenzo Bellini, que cierra la temporada del coliseo lírico barcelonés. Su interpretación del papel de Adalgisa alcanzó tal potencia y fuerza expresiva que dejó en un segundo plano a sus compañeros de reparto. Bueno, a algunos casi los barrió del mapa porque Zajick es un trueno vocal, un ciclón que puede con todo.
No era la primera vez que la temperamental cantante daba vida a Adalgisa en el Liceo. Lo hizo en diciembre de 2002, cuando se repuso, mejorado, el montaje dirigido escénicamente por Francisco Negrín y estrenado en el teatro Victòria en la temporada 1998-99. El mismo montaje, coproducido junto con el Grand Théâtre de Genève, con más mejoras en la iluminación, el vestuario y la eficacia narrativa, cierra la temporada con seis funciones programadas hasta el 30 de julio, con dos repartos diferentes. La dirección musical corre a cargo de Giuliano Carella, que sustituye al indispuesto Bruno Campanella.
En la vibrante Adalgisa de Zajick es tan admirable el caudal sonoro como la habilidad técnica para domesticar su poderosa voz y adaptarla a las exigencias del estilo belcantista: ataques en pianissimo de gran efecto, control absoluto del fiato, dominio de los reguladores, y una apabullante gama dinámica que la cantante exhibe a placer, consciente del impacto que causa un instrumento tan generosamente dotado por la naturaleza. No es fácil domar una voz tan monumental, y al hacerlo, Zajick entra de lleno en la categoría de fenómeno vocal al que se le perdonan algunos efectos y abusos de decibelios.
A su lado, la soprano italiana Rachele Stanisci, debutante en el Liceo, asumió con valentía el reto de interpretar Norma, el personaje más emblemático del universo belliniano, icono sagrado de la magia belcantista. El personaje pudo con ella. Tiene soltura en el canto de agilidad, es una intérprete sensible y musical -en Casta Diva tuvo momentos bellísimos- y en los acentos dramáticos lleva la lección de Callas bien aprendida, pero le falta la estatura vocal en todos los registros que exige la desdichada sacerdotisa. Palideció en sus dúos con Zajick y llegó algo mermada a la escena final.
La primera y más comprometida intervención del tenor estadounidense Franco Farina rozó el suplicio por su canto tosco y desafinado: tiene una voz grande y consistente, pero no ha conseguido domarla. El notable Oroveso del bajo italiano Giacomo Prestia, la buena actuación, en papeles comprimarios, de dos voces españolas -la soprano Begoña Alberdi, modélica Clotilde, y el tenor Jon Plazaola, correcto Flavio- y el buen rendimiento del coro del Liceo completaron una velada dirigida musicalmente por Giuliano Carella con tempi muy rápidos y excesiva contundencia.
La dramaturgia de Francisco Negrín, que potencia el clima de guerra y la fuerza dramática de dos pueblos en conflicto, druidas y romanos, ha ganado fluidez narrativa en esta reposición, con mayores aciertos en la iluminación y el vestuario, más sofisticados.
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