Dos corredores

Sábado 21 de julio, mediodía. Dos corredores profesionales, uno del equipo kazajo del Astana y otro del holandés del Rabobank, rodaban en paralelo y charlando tranquilamente por una carretera secundaria del sur de Francia. Podrían haber sido dos corredores del Tour en fase de calentamiento para la contrarreloj del día. No sería muy extraño. De hecho, algún que otro conductor les miraba con curiosidad mientras les adelantaba, como preguntándose ¿estará por aquí el Tour y yo no me he enterado? Podrían haber sido, pero no, en este caso no lo eran. No lo eran porque uno era yo precisamente, y yo este Tour lo veo por la tele.

Charlábamos -entre otras cosas- del Tour de Francia, cómo no. De lo que ha pasado y de lo que aún queda por pasar, visto lo abierto que aún se presenta, y viendo el terreno que aún falta por recorrer. Hablábamos sobre todo de "los tuyos" y "los míos", refiriéndonos a nuestros equipos -ni que fuésemos mánagers-. Quizá en una muestra de inconsciente simpatía por los desgraciados -entiéndase en el buen sentido-, yo manifestaba mi fe en que sus compañeros tenían aún mucho que decir en este Tour, sobre todo pensando en el animal mortalmente herido, Vinokúrov (que Klöden está en la pomada no es ningún secreto). Y él me decía que sí, que parecía que iba saliendo del agujero, y que daría de qué hablar. En efecto, ya lo vi poco más tarde. También me daba ánimos para Rasmussen (uno de los míos), "verás cómo se defiende mejor de lo que la gente cree". En eso estaba de acuerdo, y además vi después que también estaba en lo cierto.

Yo confiaba en que Rasmussen salvaría el amarillo, como hizo, mientras que él apostaba por uno cualquiera de los suyos, Evans (si, ya sé que no es del Astana, pero es su compatriota, y eso también cuenta) o Klöden. Finalmente, el del Davitamon fue el que estuvo más cerca, a un minuto, todo un mundo en todo caso.

También surgió el tema del gran Tour que estaba haciendo un conocido común, Astarloza. Una actuación que está pasando bastante desapercibida, deslumbrada quizá por los brillos de Mayo, de Valverde, de Contador, pero que hay que valorar en su justa medida. Estábamos de acuerdo en todo esto.

Al cabo de un buen rato, y después de superar los 100 kilómetros recorridos, paramos para refrescarnos y avituallarnos. Llegó la hora de pagar y ambos ofrecimos a la vez nuestros billetes a la cajera, que dudó con cuál quedarse. Finalmente, cogió el suyo con decisión. Para quien no crea en casualidades, fue aquella cajera anónima quien decidió en ese momento el ganador de la etapa. Uno del Astana, Vinokúrov. Pero pienso yo ahora, después de ver la actuación de Rasmussen, que aquello no fue justo, que debíamos haber pagado a medias.