El 'efecto Carnoustie'
Woods, que busca su tercer triunfo seguido, se mide al temible campo escocés
Es la lucha del hombre contra sí mismo. La verdadera medida del valor y de la confianza. Es Carnoustie, el viejo campo escocés, quizá el más duro. Pero el Tigre está sereno. Ha dejado atrás sus demonios y dice haberse reconciliado con un recorrido repleto de trampas y roughs traicioneros. Tiger Woods busca desde hoy en la sede más difícil su tercer triunfo consecutivo en el Open Británico. Sería el segundo golfista en conseguirlo, después de la leyenda británica Peter Thomson. Supondría, además, su decimotercer major, a cinco de Jack Nicklaus.
A Woods no le desagrada el estado del campo. "Es noble. No es como el de 1999", afirma el número uno. Ese año, la última edición del Open que se celebró en la hierba escocesa, Woods fue víctima de lo que comenzó a llamarse el efecto Carnoustie, un sentimiento mezcla de ira y desesperación. "Nunca jugué en un recorrido tan complicado como aquél", recuerda Tiger, que acabó séptimo, con 10 sobre el par, en una edición que será siempre recordada por un nombre y una imagen.
Jean Van de Velde, francés, partía con tres golpes de ventaja en el hoyo 18, un par 4, en la última jornada. Lo tenía hecho. Le bastaba con embocar la bola en seis golpes. Pero una serie de infortunios y malas decisiones encadenadas una detrás de otra -que acabaron costándole el empleo a su caddie-, dieron con su bola en la ría Barry, la que custodia la entrada al green. Desesperado, Van de Velde se descalzó y se remangó los pantalones por encima de las rodillas. Trató de jugar la bola desde el agua. Pero la marea, que comenzaba a subir en ese momento, se lo impidió y le obligó a dropar, devolviendo la bola al rough. El francés volvió a fallar. Mandó la bola al búnker y la tragedia estaba servida. Siete golpes y un posterior playoff que acabaría con el escocés Paul Lawrie como vencedor del torneo.
Fue la última vez que un europeo logró hacerse con un grande. Nick Faldo, capitán del próximo equipo europeo de la Ryder, cree saber por qué. El británico salió a la palestra el pasado lunes y arremetió contra sus jugadores, tildándoles de demasiado ricos, demasiado acomodados y demasiado "amiguitos" entre sí. "En mi época, nunca salíamos juntos por ahí. Ballesteros, Woosnam, Langer, Lyle... había una barrera entre nosotros, no enseñábamos nuestras cartas", afirmó Faldo; "antes ganabas torneos para asegurarte un buen fondo de pensiones. Ahora, con pasar los cortes, vale".
Más ácido se mostró aún el mítico Gary Player, que denunció que algunos jugadores consumen drogas para estimular su juego y pidió controles aleatorios tan pronto como sea posible. "Sé que es un hecho que algunos golfistas lo hacen. Diría que hay diez tíos tomando algo. Sin duda no va a ir a menos, podría aumentar mucho más", afirmó el surafricano de 71 años y vencedor en nueve grandes entre la década de los 60 y los 70.
En consonancia con las palabras de Faldo, lo cierto es que en las casas de apuestas británicas no se confía demasiado en ningún europeo. Woods, Els y Mickelson son los que parten como favoritos. España, tras la baja de José María Olazabal por una lesión de rodilla, estará representada por Miguel Ángel Jiménez y Sergio García. Un García que en aquel 1999 también sufrió el efecto Carnoustie. Falló el corte y se fue a casa llorando.
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