Ladrillo menguante, ¿bolsa creciente?
España nada en un mar de liquidez. Una de cada tres familias españolas invierte en el parqué
Esther vendió en 2000, al cambiar de trabajo y de residencia, su piso de Madrid por 21 millones de pesetas. Fue el peor negocio de su vida. Tres años después, la persona que se lo compró volvió a venderlo exactamente por el doble. El boom inmobiliario había llamado a su puerta y no se había enterado. Los amigos más audaces le propusieron entonces que se lanzara a la Bolsa, que empezaba a recuperarse tras el desplome de las tecnologías informáticas, en 2000. Casi todo estaba barato. Las acciones del BBVA valían ocho euros; las de Endesa, 14, y con buenos dividendos. Pero, escaldada, dijo que no. Sólo ahora, incapaz de aguantar las historias de éxito de sus amigos, ha decidido invertir en el parqué los raquíticos ahorros que le quedan. Como Esther (nombre supuesto), centenares de miles de españoles, conscientes de que la bonanza inmobiliaria empieza a declinar, se plantean dónde invertir. ¿Puede ser la Bolsa el refugio para los que huyen del ladrillo menguante?
En 2006, la Bolsa española fue una de las más rentables, y movió activos por valor de 1,15 billones
La psicología del inversor minorista le suele llevar a comprar caro y vender barato
Hay analistas que creen 'madura' la Bolsa y apuestan por otros mercados europeos o asiáticos
Los españoles tenían en 2006 más de 254.000 millones de euros en 2.700 fondos de inversión
"Cuando hay que comprar es cuando la Bolsa va mal. Y desde el 13 de marzo de 2003 no ha dejado de subir. Pero una cosa está clara, nadamos en un mar de liquidez. La renta variable va a subir, y los pisos, no", advierte Juan Antonio García Alejo, director de análisis y gestión de Inversis, que gestiona activos de clientes por valor de 44.500 millones de euros. Este experto en mercados cree que acertar con el momento idóneo para comprar no es nada fácil. "Además, la psicología del minorista le lleva a comprar caro, porque llega tarde al boom, y a vender barato, porque en cuanto bajan los mercados se pone nervioso".
En realidad, hace años que la Bolsa dejó de ser el territorio de unos pocos inversores con posibles. "Hoy día está masificada", dice Javier Marín, jefe de la mesa de intermediación de clientes privados del banco estadounidense Morgan Stanley. "Es un negocio totalmente democratizado", explica con otras palabras un portavoz de Bolsas y Mercados Españoles (BME), la sociedad -cotizada desde el año pasado- en la que se fusionaron, en 2002, las bolsas de Madrid, Valencia, Bilbao y Barcelona. Ocho millones de españoles invierten en el parqué directa o indirectamente, es decir, una de cada tres familias, aunque el grueso de los inversores (seis de cada diez) son extranjeros o por lo menos residen fuera.
BME se jacta de estar entre los 10 principales mercados de valores del mundo y de ser el quinto en Europa. Lo que antes se denominaba, con un toque de fantasía, "jugar a la Bolsa", empieza a convertirse en una actividad muy seria. "Esto no es un juego, es un negocio predecible, aunque no en el día a día", aseguran. Una afirmación que no comparte ninguno de los analistas y expertos consultados en este reportaje. García Alejo cree que la Bolsa es precisamente, "un negocio de equivocaciones". La única forma de evitarlas es "asesorarse bien", dice. "Mejor tres opiniones que dos, y con cuatro aumentan claramente las posibilidades de acertar". Después de todo, "somos como hombres del tiempo: mis predicciones son buenas un 60% de las veces".
El problema es que son muchas las variables que afectan a los mercados, alega Javier Méndez, director de coordinación de negocios del BBVA, con una cartera de clientes de 45.000 millones de euros. "Conocemos en teoría los elementos que mueven la Bolsa, que están ligados a los tipos de interés, a las expectativas de beneficio de las empresas, a las cifras macroeconómicas y a los problemas políticos, sobre todo si afectan al petróleo. Pero a lo largo del año, esos elementos pueden cambiar, y en direcciones contrapuestas". Por eso, su consejo es cauteloso: "Es cierto que la Bolsa está cara ahora, pero hay valores muy baratos. Lo bueno es tener una cartera selectiva. Además, todavía no se ha terminado la bonanza, va a haber más OPA, más compras de empresas".
El año pasado, la Bolsa española fue una de las más rentables, y movió activos por valor de 1,15 billones de euros, una cifra superior al PIB nacional, que no alcanza aún el billón de euros. Tanta actividad contrasta con el ambiente mortecino del parqué. Ahora todo ocurre en las pantallas centelleantes que hablan de cotizaciones, ofertas, compras... Por eso los informáticos son más importantes que los brokers o intermediarios. "El año pasado, el sistema falló en la Bolsa de Tokio, y su director tuvo que dimitir", comentan en BME, 300 de cuyos 700 empleados se dedican a mantener el sistema informático (SIBE) engrasado. Para evitar sustos, el sistema tiene un backoffice que replica el original, situado en un lugar secreto.
Una caída del SIBE podría ser más grave incluso que un desplome del sector inmobiliario. Aunque hablamos de uno de los ejes de la economía española y de uno de los pilares de la Bolsa.
"Cualquier crisis inmobiliaria producirá inevitablemente una crisis en la Bolsa", dice Manuel Romera, profesor y director del sector financiero del Instituto de Empresa (IE). "El parqué refleja el valor de las empresas de un país. Si el sector inmobiliario se tambalea, afecta no sólo a las constructoras, sino a la banca, que soporta miles de millones en hipotecas y préstamos concedidos a estos empresarios". Después de todo, la bonanza bursátil ha ido muy ligada al boom inmobiliario. Natalia Aguirre, analista de la sociedad de inversiones Renta4, con 77.000 clientes, lo demuestra echando mano de la estadística. "Desde 2003, las subidas de la Bolsa han ido paralelas al aumento del precio de los pisos. La Bolsa ha estado por encima, salvo en 2004. El año pasado, la diferencia fue mayor: la Bolsa subió un 32%, y la vivienda, un 9%". El primer cuatrimestre del año, los precios de los pisos sólo subieron un 7,2%, más o menos lo mismo que la Bolsa, pero la banca de inversiones estadounidense Morgan Stanley calcula que en 2008 podrían caer hasta un 5%, y la Bolsa quizá no ha concluido su ciclo alcista. "Las perspectivas son todavía buenas, porque los indicadores macroeconómicos van muy bien. Y el crecimiento mundial ya no depende tanto de Estados Unidos", añade Aguirre.
Algunos analistas empiezan a considerar madura la Bolsa española y apuestan por otros mercados europeos o asiáticos. "La gente está muy interesada en los mercados emergentes, todos quieren invertir en valores inmobiliarios en China", comenta Javier Marín. Sus clientes no suelen ser pequeños inversores. Aunque el banco da servicios a quien ponga más de 100.000 euros sobre la mesa, el grueso de los que piden asesoramiento posee más de dos millone. El negocio, dice este experto, está aumentando, porque en los últimos años ha crecido vertiginosamente el patrimonio de los españoles. Aun así, el grueso de los ahorradores sigue confiando en los bancos de toda la vida, que suelen invertir el dinero de sus clientes en fondos de inversión (a veces, propios), de renta variable o, más frecuentemente, en renta fija, un sector en el que la Bolsa española es líder mundial.
Pero el conservadurismo inversor de los españoles no parece resultar, al final, demasiado rentable. Pablo Fernández, profesor de finanzas de la escuela de negocios IESE de la Universidad de Navarra, ha estudiado el comportamiento de los fondos de inversión en España en los últimos 15 años, y ha llegado a la conclusión de que la rentabilidad promedio se situó por debajo de la inflación. Incluso los fondos de renta variable, considerados como más arriesgados, pero más lucrativos, consiguieron resultados inferiores a algo tan conservador como los Bonos del Estado a 10 años. El dato es importante porque los españoles tenían en 2006 más de 254.000 millones de euros (un importante pellizco de los 1,6 billones a que ascendían ese año nuestros activos financieros) colocados en los más de 2.700 fondos de inversiones.
La pregunta ante este panorama es: ¿por qué? "En primer lugar, por las comisiones que cobran los gestores, las explícitas y las implícitas, que vienen a suponer como media algo más del 2%, y luego, por los errores de asesoramiento", dice Fernández. "Es una auténtica vergüenza la falta de preparación y el desinterés de los gestores. Y encima el Estado potencia este tipo de inversión, otorgándole ventajas fiscales". Fernández está seguro de que cualquier inversor inexperto que compre un puñado de acciones elegidas al azar puede ganar más dinero que depositando sus ahorros en los fondos de inversión. "Sólo tiene que tener paciencia. Pensar que es una inversión a diez años, y no estar pendiente para nada de la información bursátil".
Pero a los gestores de carteras, la hipótesis les parece exagerada. "No se debe invertir sin asesoramiento", cree Natalia Aguirre, aunque entre los clientes de Renta4, donde trabaja, hay muchos que manejan sus propias carteras con los útiles de trabajo que les proporciona la sociedad. A veces se dejan caer por la sala de Bolsa, en la planta baja de la sede madrileña. Pero la mayoría opera desde sus casas, con un ordenador y unas claves. Leen las informaciones de Bolsa, se enteran de la marcha de las compañías, están pendientes de las incidencias de la política empresarial, de los eventos internacionales, y se atreven a hacer sus apuestas. Hay a quien le parece que las acciones de Repsol están tentadoramente baratas, y quien opina que los bancos nos darán todavía excelentes sorpresas con operaciones cargadas de plusvalías por delante. Razones más que sobradas para invertir algún dinero en Bolsa. Pero, ¿y si el ciclo se estuviera agotando aquí también?, ¿y si se estuviera fraguando, precisamente en estos momentos, alguna nueva tormenta?
"Desastres bursátiles ya son muy difíciles. Las Bolsas están más diversificadas, los sistemas de contratación y de supervisión son mucho mejores, y los inversores saben más", dice Méndez, del BBVA. "No hay más que ver que ni siquiera un atentado como el del 11-S produjo un desplome". La Reserva Federal de EE UU se encargó de evitarlo inyectando dinero barato a espuertas en el mercado. "La Bolsa ya ha descontado los riesgos del terrorismo", dice Gerardo Puerta, director de renta variable para España de Santander Asset Management, sociedad gestora del Banco Santander, que tiene una cuota de mercado del 25% de los fondos de inversión. "El 11-S paralizó las Bolsas una semana, porque, además, el atentado se produjo prácticamente en Wall Street; pero el 11-M sólo paralizó los mercados un día, y los atentados de Londres, sólo unas horas".
En el 11-S hubo una intervención fuerte en el mercado, que no es, después de todo, tan libre y fluctuante. El riesgo se plantea, quizá, ante desastres incomparablemente menores cuyas consecuencias no son objeto de especial tutela. La crisis de la constructora Astroc, en abril pasado, no deja de ser un ejemplo. Las acciones se precipitaron en la Bolsa sin que se supiera muy bien por qué (los analistas hablan de una espantada de los fondos de inversión extranjeros) y arrastraron con ellas a una parte del parqué, incluido el Banco Popular, que bajó un 7% por su vinculación con la constructora. "Es fácil que los mercados se dejen dominar por el miedo. El dinero es el animal más cobarde que existe", bromea Gerardo Puerta. Por eso, y aunque está convencido de que los fondos de renta variable se beneficiarán del desinfle del ladrillo, no sabe si los pequeños ahorradores llegarán tarde a la bonanza. "El inversor pequeño sólo se fija en los valores que han ganado o han perdido en el pasado". Pero la Bolsa es una apuesta de futuro; cuanto más se mira atrás a la hora de invertir, más posibilidades hay de dejar pasar la fortuna.
De las acciones de papel a los productos de alquimia financiera
EL VESTÍBULO Y ALGUNOS DESPACHOS de la sede madrileña de Bolsas y Mercados Españoles están decorados con viejas acciones de la prehistoria bursátil. La más antigua corresponde a la Compañía General de Tabacos de Filipinas, de 1882. Durante casi un siglo desde su creación, en 1874, el parqué permaneció inalterado. Hasta 1974, la actividad de las cuatro bolsas españolas se reflejaba en un ininterrumpido tráfico de camiones cargados de acciones de papel entre Madrid y Barcelona, Valencia y Sevilla. Pero a partir de esa fecha, el panorama comenzó a cambiar. Se implantan nuevos sistemas de liquidación y las transacciones virtuales. El gran salto bursátil se produce en los años ochenta con las privatizaciones masivas de las empresas públicas. Pero el desarrollo del negocio ha experimentado un cambio sustancial en los últimos cinco años. Los mercados de valores se transforman por completo,
y poco a poco la contratación electrónica
va sustituyendo a la vieja actividad en los parqués. Al mismo tiempo, el talento de los alquimistas financieros ha puesto a disposición de los inversores productos cada vez más complejos. Se habla a diario de hedge funds (fondos de inversión que negocian también con materias no cotizadas), de productos estructurados, de derivados, futuros y opciones, warrants
y productos turbo. Una de las estrellas del
momento son los derivados sobre el tiempo. Por ejemplo, el dueño de una cadena hotelera en la costa puede protegerse del riesgo de
un verano irregular con menos temperaturas de las previstas contratando uno de estos derivados. De acuerdo con estadísticas meteorológicas de la zona, se fija una prima. Si por culpa del tiempo su clientela baja, el dinero cobrado le compensara de la pérdida de ingresos.
Si el tiempo se mantiene espléndido, sólo
habrá perdido la prima inicial.
La expansión extraordinaria de estos
productos está directamente relacionada con la enorme liquidez del mercado.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.