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Análisis:Puro teatro | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Et in Arcadia Stoppard

Marcos Ordóñez

ARCADIA (1993), la primera obra maestra de Tom Stoppard, ha llegado por fin al Nacional catalán en espléndida traducción de Màrius Serra. Conozco otras dos, igualmente notables, de Eduardo Mendoza y Ernest Riera: la comedia estuvo a punto de montarse en ese par de ocasiones, pero intuyo que el temor a la presunta "dificultad" del texto disuadió a los programadores. Hay que aplaudir, pues, a Sergi Belbel, director artístico del TNC, y a Ramón Simó, responsable de una puesta en escena brillante y elegantísima, con grandes interpretaciones y escasos defectos. Arcadia es una pieza compleja pero que recompensará con creces, por su belleza, su emoción y su magistral juego de ideas, a los amantes de la caza mayor. Stoppard narra dos series de hechos en tiempos alternos y en un mismo espacio, la sala de lectura de Sidley Park, una mansión campestre en Devonshire, uniendo al final pasado y presente en un vals tan circular como su propia melodía. El primer segmento transcurre en 1809 y sus ejes son Septimus Hodge (Bruno Oro), enciclopedista, amigo de Byron y tutor de Lady Thomasina Coverley (Mar Ulldemolins), una adolescente que descubre la teoría matemática del caos con casi dos siglos de adelanto. Septimus está liado con la esposa, invisible en la función, de Ezra Chatter (Santi Ricart), un poetastro lamebotas, y pronto lo estará con la temible Lady Croom (Cristina Plazas), madre de Thomasina, dueña y señora, por ausencia de su marido, de la mansión de Sidley Park. Hay un tercer "ausente omnipresente": el propio Lord Byron, cuya breve estancia en el lugar detonará las especulaciones del segmento contemporáneo, que se entrecruza con el anterior a lo largo de las siete escenas de la comedia. En ese segundo haz, tres investigadores tratan de anudar en una red causal los fenómenos dispersos que hemos presenciado en el anterior, a través de tres cartas juntadas por el azar en un mismo libro. Ellos son Hannah Jarvis (Victòria Pagès), prometida de Valentine Coverley (David Bages), y el predador y ultrapedante Bernard Nightingale (Jordi Martínez). Hannah acaba de obtener un gran éxito con Caro, una crónica novelada de los amores de Lord Byron y Lady Caroline Lamb. Valentine es un biólogo experto en investigación computerizada. Y Bernard es un catedrático tras los pasos de Byron, convencido de que la estancia del poeta en Sidley Park puede revelar la clave de su precipitada huida de Inglaterra en 1809. Otros personajes del "apartado contemporáneo" son Chloe Coverly (Maria Molins), heredera a la caza de novio, y el misterioso hermano pequeño, Gus (Dafnis Balduz), un muchacho mudo que desatará uno de los más intrincados nudos del tapiz. Todo el primer segmento, pródigo en lances y enredos amorosos, es un deslumbrante pastiche de Wilde a la duodécima potencia, que en ningún momento resulta artificioso o meramente paródico: define plenamente a los personajes, establece los asuntos básicos y nos restituye el ácido wit verbal de la época. La segunda trama parece concebida por el mismísimo Nabokov: Bernard Nightingale es un cruce entre Goodman, el miope biógrafo de Sebastian Knight, y Kinbote, el alucinado comentarista de Pálido fuego. Como ellos, el catedrático busca apresar el desorden en una malla teóricamente racional y acaba creando una segunda realidad delirante que sólo existe en su cabeza.

Stoppard establece, con pérfida habilidad dramática, un doble movimiento de lanzadera. Facilita al espectador los datos del pasado que los investigadores del segmento presente ignoran, lo que provoca grandes momentos cómicos, pero también juega a la inversa desde el futuro, pues buena parte de la potencia emocional del idilio entre Thomasina y Septimus radica, a la manera de El tiempo y los Conway, en que los descendientes conocen su final. Las teorías científicas de Arcadia tejen un lazo entre pasado y presente, y se convierten en metáfora viva de la teoría del caos aplicada a todo tipo de información, histórica o sentimental, contaminando -golpe maestro- a la narración misma, que sigue la pauta de los algoritmos iterativos, esas ecuaciones autogeneradas en las que la solución de una es la incógnita de la siguiente. No se asusten, insisto, ante la densidad ideológica de la comedia, porque Stoppard logra hacerla apasionante, vinculando siempre la teoría abstracta a la realidad tangible -y en permanente mutación- de las experiencias humanas. Al igual que los personajes de Nabokov en las novelas citadas, los investigadores teorizarán pero nunca llegarán a apresar las verdades secretas del alma: la conmovedora historia de amor entre Thomasina y Septimus permanecerá irrevelada para siempre. No era tarea fácil para los actores lidiar con tal variedad de registros (farsa, alta comedia, discusiones científicas entreveradas de tensión erótica, y el elegiaco crescendo emotivo del tercio final durante el baile de disfraces), pero la dirección de Ramón Simó y el talento de la compañía consiguen ese prodigio casi acrobático: Victòria Pagès y Jordi Martínez nunca han estado mejor, muy bien secundados por David Bages y Maria Molins; Bruno Oro, Cristina Plazas y Santi Ricart, por su parte, se llevan el gato al agua en cada una de sus intervenciones en los episodios decimonónicos. Me pareció advertir una cierta incomodidad en el trabajo de Cristina Plazas, siempre soberbia pero tal vez más suelta (Fuenteovejuna) en castellano. La única pega del montaje radica en la línea de dirección de Mar Ulldemolins, una joven y dotadísima actriz a la que aquí imponen, durante buena parte de la comedia, un irritante tonillo de niña vitonga, quizás por temor a que "no diera" la edad del personaje: ni la intérprete ni el personaje de Lady Thomasina se merecen ese pie forzado, muy fácilmente subsanable, puesto que desaparece por completo en el último acto. No se pierdan Arcadia, uno de los mejores textos y espectáculos de la temporada.

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