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Columna
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Humo sobre el agua

En una entrevista publicada en este periódico hace unos días, Sánchez Ferlosio contaba que las bombas arrojadas por el Ejército estadounidense estaban equipadas con un dispositivo que provocaba más humo que el que resultaría de una explosión, digamos, "normal". El objetivo era matar, como siempre, pero también asustar a los que contemplasen la deflagración y tuviesen la suerte de salir vivos. Dado que estos bombardeos salen por televisión, hay un montón de gente que ve cómo las columnas de humo se elevan sobre campos y ciudades de forma espectacular.

Esta idea del humo como arma psicológica es muy buena. Es, además, aplicable a otros aspectos de la vida. Como los All Blacks, esos jugadores de rugby maoríes que antes de que el árbitro dé el pitido de salida del partido, ejecutan una danza para meter miedo al rival a base de gritos sincronizados y golpes en el pecho aterradores. Así también, el griterío mediático de cualquier cosa vale como elemento de disuasión a la hora de disentir de lo que sea. Es importante estar muy convencido de algo para llevar al rival a tu terreno pero, en el caso de no estarlo, es muy importante el humo. Sirve para asustar y que el enemigo salga dándose con los pies en el culo y, si falla la estrategia, salir nosotros corriendo dejando una cortina que impida saber por dónde estamos huyendo.

La filosofía del humo está también metida dentro de la misma información que queremos imponer a los demás. ¿Para qué necesitamos un discurso coherente, una reflexión cabal o un argumento bien construido si lo único que pretendemos es apabullar? Para eso tenemos el humo. Ahora bien, el rival también puede saber esto y utilizarlo contra nosotros. Es el momento en el que la humareda nos deja ciegos a todos y cantamos con los Platters Smoke gets in your eyes (El humo ciega tus ojos), perfecto tema para sustituir al refrán "a río revuelto, ganancia de pescadores", entre otras cosas porque los ríos ya no valen para pescar demasiadas cosas.

Las recientes elecciones (¿a que pensaba que no iba a salir el tema, sufrido lector?) han sido todo un festival de humos, humaredas, humores de todo tipo y alguna que otra humedad. Estuvieron precedidas de una campaña demasiado larga (con tres o cuatro días para los concellos llega de sobra) y sólo se ha conseguido una participación en total desacuerdo con la pasión puesta desde las cúpulas de los partidos. La contaminación, el humo, llegaba en forma de contenidos que nada tenían que ver con los propios de unas municipales. Eso de que por el humo se sabe dónde está el fuego es una patraña. Aquí ya quemamos todo el verano pasado. No hay más leña que la que arde y ya no nos queda leña. Pero en este mundo turbio y ahumado, la leña es metafórica, así que nuestros humos no bajan ni con extractores de alta gama.

El smog que cubre los análisis posteriores a los escrutinios permite al Jack el Destripador de la desinformación campar por sus respetos como si del Londres decimonónico se tratase. Los números dicen lo que cada uno quiere que digan. Eso de que las matemáticas son una ciencia exacta es mentira. Como el viejo chiste del cliente que pregunta a su abogado cuántos son dos más dos. El letrado responde: "¿Cuánto quiere usted que sean?" Esta columna de humo (no la que está usted leyendo, sino la del barullo mediático general) se disipa al poco tiempo de asignar escaños, concejalías y alcaldías. La gente se olvida y a otra cosa, mariposa. Lo importante es que los elegidos (perdón, los cargos electos) se pongan a trabajar lo antes posible con un pai-pai gigante que disperse la niebla que preside las campañas.

Cuando ocurrió el asalto al rancho de Texas donde estaban atrincherados los miembros de la secta de los davidianos de David Koresh, el periódico sensacionalista News of the World publicó una foto en la que se distinguía la cara del diablo entre el humo. Era un fotomontaje, por supuesto, pero aquí no podemos dejar que se nos aparezca el Maligno entre el humo que cubre nuestro rancho. ¿Alguien tiene fuego? julian@discosdefreno.com

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