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Elecciones 27M
Columna
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Ir yendo

No soy persona de memoria fina, lo reconozco. Quizá sea por eso que no recuerdo ninguna otra campaña electoral municipal tan subordinada como ésta a asuntos que no estaban en el centro de su interés. Temo, incluso, que se hayan librado demasiadas batallas en una sola guerra. Y que de aquí a unos días, con los ediles electos ya ocupando sus sitiales, nos encontremos con que muchas, si no todas ellas, se quedaron sin rematar, pendientes para un de aquí a poco, quizá sin interregno. Y que cada cual siga con la suya a cuenta de todas las demás.

Pasó en España entera y en Galicia también. Allá, Rodríguez Zapatero aprovechó el trance para poner a prueba, otra vez, la confianza de su electorado, baqueteado últimamente por sus decisiones más difíciles, en cuyas aristas, además, hurgó un hiriente PP, no disponible siquiera para las responsabilidades patrióticas. Y Mariano Rajoy, ese caballero demudado que no concuerda ni con sus recuerdos, hizo lo propio, aprovechando que había un lance abierto, para lograr un resultado que avalase su propia y personal candidatura a la presidencia del Gobierno. Ambos pasaban por aquí para no quedarse.

Y en Galicia más o menos. Igual que Touriño, Quintana y Feijóo fueron omnipresentes en la campaña de apoyo a sus respectivos candidatos. Tanto que no siempre interesaba, por lo menos a los medios informativos, ningún otro turno de palabra que el suyo, quedando desdibujado en su presencia el programa de compromisos de los alcaldables. Y es que el presidente de la Xunta ya siempre se jugará el todo por el todo cualquiera que sea el carácter del encuentro, y más siéndolo de un Gobierno bipartito que está bajo la lupa de los que buscan fisuras entre las dos fuerzas políticas que lo soportan, para cuestionar por ellas su autoridad presidencial.

Quintana lo mismo, pero añadiendo a su labor el no menos complicado objetivo de remarcar un protagonismo diferenciado del nacionalismo, aliado gubernamental de un rival electoral. Y Feijoo, por fin, aún está obligado a medir su margen de supervivencia como líder partidario. He ahí, pues, también a estos tres pasando sobre las brasas, intentando no quemarse, hacia el próximo envite.

Los resultados electorales dieron a cada uno un poco de lo deseado y un poco de lo esperado: el PSdeG pugnaba por demostrar que haber llegado al Gobierno de la Xunta le daría réditos y se los dio; el BNG quería evitar la fagocitación que dicen que amenaza a los más pequeños de las coaliciones y lo evitó; el PPdeG aspiraba a que la pérdida de la Xunta no lo empujase a un precipicio electoral y no lo empujó. Y aunque el combate electoral en Galicia siga dibujándose prácticamente sobre el mismo mapa, todos, pues, los tres, conservan más o menos en buen estado sus pertrechos para la próxima batalla, que empezó a librarse ayer.

Hay cuestiones pendientes, entre las que se me hace sobresaliente la elevación de la cultura electoral del país. Todavía es demasiada la gente que parece no creer que su voto es libre y secreto, dejándose atrapar en las redes de los apañadores. Aunque sin tanta dimensión como otras veces, volvió a haber acarreo de electores con su voto condicionado. Sin tanto anonimato, se supo de la precariedad democrática del voto de los emigrantes. Y a pesar de los cambios gubernamentales recientes, la red clientelar que la derecha ha tejido en el medio rural aún le ha permitido capturar abundantes voluntades. He ahí, por citar sólo tres, algunos caminos que requiere andar la verdadera modernización política de Galicia, pero que a esta hora, ya digo, todavía son cuestiones pendientes.

Con todo, el hecho de que por primera vez las tres fuerzas políticas realmente consistentes del país hayan presentado candidaturas en los 315 ayuntamientos de Galicia y que en casi todos ellos, además, haya ahora representación no sólo más plural sino también de ediles a los que se les debe suponer ajenos a la "vieja política", es, con mucho, para mí, el más esperanzador resultado de estas elecciones municipales. El caso es ir yendo.

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