_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mañana

Manuel Rivas

Mañana no vamos a la guerra, pero podemos amargarle la jornada a los Lucky Luciano. En su última reencarnación, instalado en Italia, el célebre gánster y traficante se enfurecía cuando algún interlocutor osado o despistado le mentaba la mafia. Él era un honrado vendedor de bienes inmuebles. Se había casado con una joven belleza, bailarina del Scala. Y era, por supuesto, un hombre de orden. Muy de orden. Como lo era Al Capone. Ambos habían tenido una juventud algo bruta y descarriada, sí. Cuando su novia Mae lo invitó a comer con su madre irlandesa, Capone tuvo algún contratiempo con los cubiertos y utilizó la mano como zarpa. La buena señora le preguntó entonces si no le había puesto cuchillo, y él respondió: "Sí, pero me lo he comido". Su herramienta de trabajo por entonces era la ametralladora Thompson. Más tarde comprendió la importancia de las ideas, la necesidad de un discurso. Fue un auténtico pionero, un incomprendido neocon, que vomitaba todos los cuchillos que se había tragado. Resultan conmovedoras sus soflamas denunciando la inmoralidad reinante, la pérdida de valores religiosos, la inseguridad en que vive la gente de bien, el rigor de la política tributaria, y pidiendo mano dura, sin contemplaciones, contra los subversivos, enemigos de la patria. Lucky y Capone no eran grandes lectores, pero compartían la querencia por una única obra: El pequeño César. La campaña electoral ha sido mucho más interesante de lo que nos han hecho creer los periodistas aburridos. Hemos descubierto la gran revolución catastral que ha transformado el paisaje español. Si antaño todo era bosque y una ardilla podía desplazarse de árbol en árbol desde los Pirineos a Algeciras, ahora puede hacer lo mismo, como ilustra el humorista gráfico Ferreres, pero de grúa en grúa. El otro descubrimiento tiene que ver con la naturaleza humana. La cantidad de pequeños césares, de capones, híbridos de política gris y negocio más gris, que se han enraizado en la amplia zona gris del catastro, repartiéndose territorio. Ésta debería haber sido la campaña que desmontase la política estilo Poisonville (Ciudad Veneno), pero hay partidos que no han querido desprenderse de sus luckys y capones. Tendrá que ser la gente, con sus votos, la que coloque la puerta en los goznes. Ojalá sea mañana.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_