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Reportaje:

Del Portfolio Galicia a la Constitución

Una exposición muestra el diálogo entre fotografía y edición gráfica hasta 1978

Están los cromos y las postales folclorizantes de los 60, que todavía se colorean. Pero hay álbumes, estampas, periódicos (bajo censura y en libertad), fotos anónimas, fotógrafos aficionados, artísticos y profesionales. Comisariada por Xosé Enrique Acuña, la exposición Fotografía, edición y artes gráficas. Galicia, 1900-1978, en la iglesia de la Universidad compostelana hasta el 17 de junio, muestra en 250 piezas algunas de las claves de la difusión de la fotografía en Galicia.

"Es la imagen de Galicia proyectada desde aquí y desde la emigración", resume Acuña, que destaca la inclusión de dos de los trabajos gallegos de Ruth Mathilda Anderson (Feira, 1925) y la presencia del catalán Ramón Dimas (As lavandeiras, 1956), factótum para muchos fotógrafos gallegos condenados al pictorialismo tardío. Aunque el comisario subraya sobre todo el remate final de la exposición. De aquel "disfrute contundente" de la libertad, tras la muerte de Franco, salieron algunas de las portadas más brillantes de A Nosa Terra y de la revista Teima (1976-78), con los célebres fotomontajes de Vilasó. La ilusión del trabajo colectivo ocultaba entonces la autoría de Fernando Bellas, Xurxo Fernández, Manuel Yáñez o Xurxo Lobato. "Todos los grandes fotógrafos de Galicia están representados", remarca Acuña.

La decisión de comenzar en el siglo XX, poco después de las primeras transformaciones del material fotográfico, se tomó en consonancia con la aparición de las postales, "el elemento más socializador de la fotografía", hasta entonces reducida al disfrute familiar. Entre los pioneros presentes, Joaquín Pintos, Xosé Pacheco y el coruñés Pedro Ferrer, autor del Portfolio Galicia, los fascículos coleccionables editados en 1904 con epígrafes en gallego. En aquellas estampas de trabajo, mitificadas posteriormente en revistas como Vida gallega, Blanco y Negro (desde Madrid) o Céltiga, desde Buenos Aires, se percibe al mismo tiempo el hálito documental de toda fotografía realizada con afán informativo. Un trazo dislocado en una época donde la imitación de la pintura todavía no había sido superada por la fotografía pura.

A partir de las primeras postales de Ferrer y la conversión de los propios fotógrafos en editores, caso de Luis Casado, la exposición incluye ejemplos de la vanguardia frustrada. De uno de los primeros, Éxtasis, de Augusto Portela, sólo queda la muestra gráfica recogida en una revista coruñesa de 1926. También están Xosé Suárez, el gran fotógrafo del exilio, reciclado anónimamente por el franquismo en las publicaciones de los sindicatos verticales del campo (Agro), Manuel Ferrol y Xosé Veiga Roel, luchando contra el abandono estético de la fotografía española hasta los 60. De Ferrol se acercan originales de su conocida serie sobre la emigración, publicadas sin firma en la Galicia Hoy que distribuía Ruedo Ibérico en 1966. De Veiga Roel (1894-1976), capítulo aparte en la historia de la fotografía gallega, se incluyen cinco fotografías publicadas entre finales de los 50 y principios de los 60. Entre ellas, A volta do traballo y la cubierta del anuario turístico de Galicia que editó José Luis Dorrego en 1963. Es aquí donde la muestra enseña qué clase de Galicia fue posible representar por medios fotográficos. "Da para pensar qué habría sido de esta gente sin el 36", dice Acuña.

Además de algunos ejemplares de la revista viguesa Cartel (1940-49), la exposición incluye algunas fotografías publicadas en Chan, fundada en 1969 por Borobó. Con la recuperación del periodismo gráfico se recuperó la vanguardia y, al tiempo, se empezaron a reconstruir los nexos con la República. Acuña no critica la natural "pérdida de romanticismo" de la era digital. "Lo que sucede es que los reporteros gráficos han perdido peso. Se mantiene el fotorreportaje, pero todo ha cambiado".

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