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Elecciones municipales 27M
Columna
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Propuesta para futuras municipales

Las campañas electorales acaban como empiezan. En particular cuando la campaña, aunque formalmente sea municipal, en la práctica se convierte en una campaña estatal, en la que el peso, en lo que a la transmisión del mensaje del partido al cuerpo electoral se refiere, se hace descansar en los líderes nacionales de los partidos. De nada sirve lamentarse, porque las cosas son como son y, por lo que nos dice nuestra experiencia electoral desde 1979, cada vez va a ser más así. La presencia del presidente del Gobierno y, correlativamente, del líder del principal partido de la oposición, en la campaña de unas elecciones municipales no ha dejado de ir progresivamente en aumento desde las primeras hasta hoy.

Posiblemente la guerra de Irak o, mejor dicho, la participación española en la guerra de Irak, haya sido el acontecimiento que más haya contribuido a la omnipresencia del presidente del Gobierno y, por contagio, del líder del principal partido de la oposición en la campaña electoral. Las municipales de 2003 se celebraron casi inmediatamente después de la invasión de Irak y en el momento en que se produjo el hundimiento definitivo del régimen de Sadam Hussein y se proclamó la victoria por parte del presidente George W. Bush. En la campaña electoral la participación española en la guerra estuvo muy presente, lo que condujo a que José María Aznar se implicara en una campaña municipal con mayor intensidad de lo que lo había hecho Felipe González en sus años de presidente del Gobierno o el propio Aznar en las elecciones de 1999.

En todo caso, una vez que se sube un peldaño en esta escalera, ya no hay forma de bajarlo. En 2007 se ha ido todavía más lejos de lo que se fue en 2003 y en 2011 se irá más lejos que en 2007. En España carecemos de cultura federal y de ahí que, aunque la descentralización del poder que se ha producido es muy profunda, todavía nos resistamos a oficializar electoralmente esa descentralización, entre otros motivos, porque nuestro sistema de creación de la opinión pública sigue estando fuertemente centralizado.

A lo largo de esta campaña he pensado en varias ocasiones que sería bueno que existiera una norma, aunque fuera una norma no escrita, una suerte de convención constitucional, que impidiera que en la campaña electoral municipal pudiera intervenir alguien que no formara parte de la candidatura que solicita el voto a sus conciudadanos. El equipo que saltaría al campo sería el que habría decidido el seleccionador, llámese dirección nacional, regional o local del PP o del PSOE o de IU, de acuerdo con lo que esté previsto en los estatutos de cada partido, pero únicamente ellos podrían jugar el partido. Podrían recurrir a todo lo que su formación política hubiera hecho en cualquier sitio, con la finalidad de convencer a los ciudadanos de que la opción política que ellos representan es la mejor de todas las que concurren y la que se merece la confianza del cuerpo electoral. Pero tendrían que hacerlo ellos, sin que en la alineación se pudiera recurrir a jugadores que no forman parte de la plantilla.

Sería una campaña electoral más interesante y más divertida, que contribuiría a formar políticamente al personal que después va a tener que ejercer el poder municipal y que permitiría a los ciudadanos ejercer el derecho de sufragio con mayor conocimiento y, por tanto, de manera más reflexiva. Ayudaría a rebajar, además, el nivel de crispación de manera notable.

Sé que la propuesta no tiene ninguna posibilidad de prosperar, pero me gustaría que los lectores reflexionaran sobre ella. Es lamentable que, en una legislatura en la que la presencia de ETA ha sido menor que en cualquiera de las legislaturas desde la entrada en vigor de la Constitución, hayan sido sus siglas las que han dominado el mensaje transmitido en unas elecciones municipales.

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