La reserva de Occidente no sabe, no contesta
No es necesario enumerar las posibles razones para romper un matrimonio -ni siquiera es posible, probablemente, en el espacio de esta columna-, pero las razones para no hacerlo sí podrían caber en este párrafo: la felicidad conyugal (se han dado casos), el conservadurismo religioso (no ya el otro, como saben) y la pura y simple dejadez biográfica, ¿no es cierto? Ay, amigos, los datos no se avienen.
La tasa provincial de rupturas matrimoniales -tomada del Anuario Social de España 2004 de La Caixa-, definida como porcentaje de separaciones respecto al total de matrimonios existentes, alcanza el clímax en provincias tan felices y misericordiosas como Santa Cruz de Tenerife (8,2 por 1.000), Girona (7,1) y Barcelona (6,8). Y las que no se separan ni haciendo palanca son nuestras viejas conocidas, Ávila (2,6), Teruel (2,1) y Cuenca (1,7), epítomes del absentismo cinematográfico, la inexistencia pertinaz y la parva lectura, respectivamente.
Quien recuerde la cantidad de tonterías que se han dicho en este país sobre el divorcio -aquello iba a ser la antesala de la degeneración moral de Occidente, o al menos de la reserva espiritual de Occidente- estará en su perfecto derecho de partirse de risa ante esas cifras. Quizá disolver mucho el santo lazo matrimonial no sea tanto como un signo del progreso de una sociedad, pero disolverlo poco sí que parece serlo de su rezagamiento.
Los datos no consisten en meras fluctuaciones provinciales, porque el gran cuadro autonómico es bastante coherente con ellas. Las mayores tasas de separación y divorcio asoman de forma consistente (de mayor a menor) en Cataluña, la Comunidad Valenciana y los dos archipiélagos, y las menores en Extremadura y las dos Castillas.
Y la reserva espiritual de Occidente, pese a todo ello, sigue ganando a los puntos. Hay más casados (47% de la "población que reside en viviendas familiares") que solteros (43%), y desde luego muchos más que separados y divorciados (3%). Eso suma 93%, ¿dónde anda el resto del personal? Pues anda agazapado bajo los epígrafes de la viudedad (casi el 7%) y de la 'no constancia' (el susodicho casi).
En cuanto a la actividad casamentera, en parte alguna es tan diligente como en Andalucía, Madrid y la Comunidad Valenciana (todos por encima de los 53 matrimonios por cada 10.000 habitantes), ni tan reposada como en Canarias, Castilla y León y Galicia (todos por debajo de los 41).
El doblete canario es interesante: las islas no sólo parecen imprimir un empuje rupturista a las parejas residentes, sino que también parecen refrenar su inclinación nupcial. Por algo será (y no por lo mismo que en Girona, donde según chascarrillo recabado de un observador barcelonés "ayuntar no es un pecado: es un milagro"). Por lo demás, el bodorrio religioso prima en el sur peninsular, el civil en Cataluña y -una vez más- los dos archipiélagos. Tal vez la reserva espiritual de Occidente se haya empezado a agotar en las islas, después de todo.
El prestigioso premio A ti te encontré en un Blog, que se viene concediendo cada martes 22 de mayo desde 2007, recae hoy en una serie de eruditas consideraciones de mis corresponsales:
- Como decía Castelao, eu bebo para afogar as penas, pero as condenadas aboian (Babel, desde Galicia).
- Ya es un milagro que haya vida en Galicia, coñe: se ceban sobre nos todos los males sociales, las debilidades corpóreas y todos los vicios del espíritu, incluido el que impulsó a los nativos a votar a Fraga durante 16 años (Divine, desde -¿lo adivinan?- Galicia).
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