La mejor carrera de Roberto Carlos
El brasileño, que se irá en junio y había pensado no jugar más con el Madrid, se redime con un gol que puede valer la Liga
Hace un mes la escena habría sido impensable. Difícil de imaginar para Roberto Carlos, que se refugiaba en su lesión del tendón de Aquiles para eludir los entrenamientos y así tratar de desvincularse con mayor eficacia del club en el que jugó durante 11 años. El western clásico evoca escenas parecidas. Dos recién llegados y dos prejubilados se lanzan al galope tendido sobre la pradera. No era el Monument Valley. Era el estadio del Recreativo de Huelva. Fue el domingo pasado. Corría el minuto 91 del partido que estaba condenando al Madrid al tercer puesto. Pero la tropa avanzó exaltada, como haciendo caso a una señal oculta. A la cabeza fue Higuaín (de la clase de 1987); Gago (1986) lo siguió de cerca, y por los flancos, menos veloces pero igual de determinados, avanzaron los representantes de la generación que pasa: Beckham (1975) y Roberto Carlos (1973).
"Beckham animó a Roberto", dicen en el vestuario; "le vio y se dijo: '¿Y yo por qué no?"
Los dos argentinos, el inglés y el brasileño, todos, tocaron el balón al menos una vez antes de meter el gol más importante de la última jornada de Liga. El que podría convertir al Madrid en el nuevo campeón. El último golpe, el que pudo matar la Liga más rara de la historia reciente, fue de Roberto Carlos. El mismo que había coqueteado con la idea de no ponerse la camiseta blanca nunca más. Ni para despedirse del Bernabéu.
"A Roberto [Carlos] lo animó Beckham", dicen fuentes del vestuario; "vio que el inglés iba a salir por la puerta grande a pesar de sus problemas con el club. Y se dijo: '¿Y yo por qué no?'".
A ciertos prejubilados los une su desamor con el empleador. Beckham y Roberto Carlos comparten este destino. Beckham quería renovar con el Madrid por un dinero que el club nunca quiso pagarle. Roberto Carlos condicionó su renovación a que el Madrid le perdonara unas cláusulas que le habían introducido los hábiles abogados de Florentino Pérez, el ex presidente. "Cosas fiscales", dicen en el entorno del brasileño. Según estas fuentes, el jugador no soportó la humillación de tener que cargar con el IRPF. Además, tenía una cláusula según la cual renovaría su contrato automáticamente por otra temporada si jugaba más de 40 partidos. Llevaba 18. Pero, como estaba harto de ser un meritorio a sus 34 años, decidió pasar de todo, incluyendo el Madrid. Esto lo advirtieron fuentes del vestuario que le veían a diario. Vieron cómo trató de poner a punto sus gemelos para la eliminatoria de la Champions en Múnich sin lograrlo. Vieron cómo, en ese partido, un error suyo tiró a la basura media temporada. Y vieron, finalmente, cómo la lesión se agravaba y luego sobrevenía una misteriosa inflamación del tendón de Aquiles que no terminaba de sanar. Algo inusual en Roberto Carlos, atleta de reconocida calidad muscular y articular. Un percance con olor a dimisión encubierta por la enfermería.
Ya se sabe que la samba lo cura todo. Roberto Carlos no es una excepción. Tal vez el brasileño se redimió al ver a Pipita Higuaín, un argentino afrancesado, bailando al ritmo de la samba que le compuso Robinho. La juventud es inspiradora. Higuaín no ha metido muchos goles, pero su vocación de jugador alborotador, de quilombero en la jerga porteña, ha provocado desórdenes irreparables en las defensas contrarias. Algo de eso pasó en nueve de los últimos diez partidos. Desde que el Madrid visitó el Camp Nou, la velocidad y el descaro de Higuaín han generado jugadas de gol en nueve ocasiones. Nueve goles. Ocho de ellos, decisivos para conseguir puntos. Igual que en la galopada de Huelva: el argentino arremetió contra los centrales del Recre, que, desorientados, quedaron a merced de Beckham y Gago.
Desde que regresó de su ostracismo, castigado por Fabio Capello, el inglés ha dado cuatro pases de gol. En Huelva se limitó a coger el rechace de Higuaín y darle la pelota a Gago. Gago fue otro héroe. Sufría una lesión muy dolorosa: una contusión en la inserción de la tibia con la rodilla, justo en el atado de nervios. Le preguntaron si estaba dispuesto a jugar y dijo que sí. Los médicos lo infiltraron. Los mediocampistas del Recre le pegaron. Pero aguantó como un Buda. Hasta el minuto 91. Cuando recogió el balón de Beckham y se lo dio a Roberto Carlos sin mirar. Como si supiera que iba a aparecer por su izquierda. Acertó.
Felices como niños de parvulario, los jugadores se repartieron en la sala de espera del aeropuerto sevillano de San Pablo. Por un lado, Gago departía con Beckham. Reían. Se tocaban. Por otro, Higuaín, la musa, besaba la cabeza rizada de Robinho, el poeta. Junto a ellos, Roberto Carlos firmaba autógrafos a los hinchas.
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