Nadal ya no es invencible
Federer gana al español y cierra su racha de 81 victorias seguidas sobre arcilla justo una semana antes de Roland Garros
Al enemigo, ni agua. Las frases viejas y los tópicos sobreviven en el tiempo porque esconden algo de verdad. Rafael Nadal avanzaba ayer con paso firme hacia el triunfo en la final del masters de Hamburgo, que le enfrentaba a Roger Federer. Mandaba un set arriba y tenía dos bolas de rotura sobre el saque del suizo, que estaba hundido, perdido, roto y desesperado. Federer era un tenista derrotado. Un pelele en manos de Nadal. Y llegaron las dos bolas de break. Y Nadal, que había llegado al partido tras una semifinal extenuante ante el correoso Hewitt, perdió la primera. Y llegó la siguiente. Y Nadal, que había abierto la final en plenitud, poderoso, insistente, repetitivo en su plan de atacar el revés del suizo, también la desaprovechó. Le dio agua a Federer. Perdió el juego. Y con él, el set, la final y su racha de victorias consecutivas sobre tierra, que desde ayer, y probablemente para siempre, queda anclada en 81 (2-6, 6-2 y 6-0).
La derrota no puede llegar en peor momento. El domingo arranca Roland Garros, el grande rojo, el único torneo del Slam que se disputa sobre tierra batida. Hasta allí viaja Nadal como favorito. El español ha dominado con puño de hierro la temporada de arcilla. Suyos han sido los triunfos más importantes. Suyas las victorias más épicas, más sufridas, más bonitas. Suyo ha sido el desgaste, el come come físico y mental de no poder perder nunca, de tener que ganar siempre, de sufrir todos los partidos, todas las finales. Suya fue la decisión de alterar su programa de los últimos dos años, que no había incluido Hamburgo, que le había dejado dos semanas libres para preparar Roland Garros. Y suyo fue el reto de estar siempre presente, de defender la temporada de tierra frente a los cambios de calendario propuestos por la ATP. La mezcla era explosiva. Arriesgada. Corrosiva. Los resultados, por mucho que pese la final perdida ayer, han sido grandiosos: tres títulos de cuatro posibles desde abril.
El cóctel pudo haberse cortado antes. Nadal sudó sangre para vencer a Davydenko en las semifinales de Roma. Se dejó las piernas para superar a Hewitt el sábado. Y acabó derrotado ayer ante Federer, el peor de los rivales. El suizo es el número uno del mundo. Llegaba a la final descansado, tras ser derrotado en los octavos de final del master de Roma la semana pasada. Y buscaba una victoria con tintes reivindicativos, un triunfo que acallara a aquellos que dicen que no puede ganar en París. Desde ayer, la tiene.
El resultado, por llegar en escenario grande, coincidir con un momento importante del calendario y juntar a los dos mejores tenistas del momento, tiene una importancia capital. Para Federer significa volver a creer en que todo es posible, en que puede ganar la corona de los cuatro grandes en el mismo año, en que Nadal no es imbatible. Para el español significa ver rotas algunas de sus estadísticas más hermosas: la de 16 victorias en 16 finales sobre tierra, por ejemplo.
"Si tenía que perder contra alguien, ése era Roger", dijo el español tras el partido, que se disputó bajo una lluvia de polen. "No sé por qué cambió el partido. Me siento bien físicamente, aunque un poco cansado mentalmente. He jugado muchos partidos y eso es difícil. Quizás hoy no he estado como siempre mentalmente. Se puede ver que no estaba del todo bien porque ganarme 6-0 en tierra no es tan fácil. Pero estoy contento de haber llegado a la final: creo que nunca he jugado mejor", añadió.
Esto es un cambio, absolutamente", se felicitó Federer. "Será interesante ver cómo reaccionamos los dos en Roland Garros. Ganar 81 partidos [seguidos sobre tierra]
es una racha increíble. Tengo un gran respeto por Nadal", dijo el suizo, que ayer venció por cuarta vez en Hamburgo.
La final fueron dos partidos en uno. Y en ninguno hubo rival. En el primero, que duró lo que la manga que abrió el partido, Nadal impuso su plan, el machacar, machacar de su drive contra el revés de Federer. En el segundo, el suizo convirtió el encuentro en un correcalles de una sola dirección, en un acelerar constante frente al que Nadal no tuvo piernas ni fuelle. Acabó perdido. Se olvidó de la estrategia, de trabajar los puntos, de estructurar su juego. Traicionó, de alguna manera, lo que Manuel Orantes viene a llamar la cultura de tierra. Dejó que Federer anudara la partida alrededor de su peculiar mezcla de saque, volea y derechazos destructores. Y vio cómo la final se le escapaba irremisiblemente, sin dar respuesta, sin resoplar, en un suspiro, tan rápido tan rápido que para cuando el español parpadeó ya sólo defendía la honrilla. Perdió 6-0 la tercera manga. El domingo comienza Roland Garros. Y Nadal, vaya sorpresón, llega a París con su contador de victorias seguidas sobre tierra a cero.
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