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Análisis | Elecciones 27M

Tiempos nuevos, más difíciles

Antón Costas

Confieso que me gustan las elecciones, especialmente las locales. Quizá porque me traen el recuerdo de las fiestas del pueblo en el que nací y me crié. Hay también algo festivo en las elecciones, con las banderolas de los candidatos por las calles, coches con altavoces ambulantes, tenderetes donde los partidos te ofrecen sus productos, discursos en los que los candidatos airean todo tipo de promesas para acabar con nuestros males y alegrarnos la vida, especialmente si eres joven o mayor -viviendas asequibles para jóvenes, viagra y empastes para los mayores-. Y todo ello, aparentemente, a un precio bastante razonable: nuestro voto. De impuestos no nos hablan.

Si por mi fuese, dictaría una ley que convocara elecciones cada año. Extraigo esta propuesta no de un sesudo manual de ciencia política, sino como constatación de la vida diaria del barrio en que vivo, en Esplugues. Después de años en mal estado, estos días nos han asfaltado la calle. Mi vecino está enfadado porque sólo se interesan cuando hay elecciones. Intento convencerle de que bendita sea, porque así, al menos, se acuerdan de nosotros cada cuatro años. Si fuesen cada año, quizá el próximo nos arreglasen las maltrechas aceras.

Mi vecino también odia las promesas electorales. Pero si no hay promesas, ¿cómo vamos a afrontar las realidades cotidianas? A diferencia de los economistas, personajes generalmente lúgubres que nos recuerdan continuamente que si algo puede ir mal acabará yendo mal, los políticos saben que las promesas son como la literatura de ficción, nos ayudan a sobrellevar las realidades cotidianas. "No queremos realidades, queremos promesas", venía a decir un eslogan de los jóvenes del sesenta y ocho, una época ahora vilipendiada por Sarkozy como el origen de todos los males actuales.

Quizá la promesa más común en estas elecciones es la de la vivienda asequible para jóvenes y personas de escasos ingresos. Después de 12 años creyendo que todo el mundo podía pedir una hipoteca para comprar una vivienda, y que los ayuntamientos no tenían responsabilidad en vivienda social, ahora han caído en la cuenta de que muchos jóvenes no se pueden emancipar y que muchas familias no pueden acceder a una vivienda digna.

Bienvenida sea la promesa de vivienda social asequible. Pero debe venir acompañada de la idea de que los tiempos nuevos serán más difíciles. Se acabó la orgía de los años de vino y rosas que ha permitido a nuestros ayuntamientos llevar una vida fácil, financiándose con las plusvalías del urbanismo salvaje. Ahora los costes de haber banalizado el urbanismo y olvidado la vivienda social comenzarán a pasar factura. Y los fondos europeos se acaban.

Tiempos nuevos, más difíciles.

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