Viaje a Oriente
En algunas reseñas aparecidas sobre la exposición de Wolfgang Laib (Metzinger, 1950) se le califica de "conceptual", sin embargo, nada se encuentra más alejado del conceptualismo que la obra de este artista alemán. Las cuatro piezas que ahora presenta responden a cuatro tipos o momentos de su trabajo que muestran con claridad que no son los conceptos sino las sensaciones, que no es la lógica argumental sino un hálito de religiosidad, lo que animan sus obras. Frente al mundo de los conceptos, las tautologías y las perogrulladas sobre los que se apoya buena parte del discurso artístico actual, en esta exposición se presenta el imperio de unos sentidos que se ven estimulados por medio de algunas materias que adoptan formas muy determinadas.
WOLFGANG LAIB
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
Santa Isabel, 52. Madrid
Hasta el 16 de julio
Las materias son naturales, frágiles y efímeras: leche, polen, arroz y cera virgen. Las formas son sencillas y contundentes: el cuadrado, la sucesión regular de elementos y la escalera. Con esta sucinta gramática de elementos, el artista nos somete al ejercicio empírico de la percepción sensorial: antes de entrar en la sala, un fuerte olor a cera precede la contemplación de una enorme torre escalonada construida con esa materia. En el otro extremo, un cuadrado de polen de avellano ha sido "pintado" sobre el suelo depositando las semillas como volátil polvo que cae, la intensidad amarilla de su color excita sutilmente la retina y el ojo pierde enfoque al contemplarlo.
Al contrario de lo que sucede con el minimal art, donde "lo que se ve es lo que se ve", Wolfgang Laib nos enfrenta a la paradoja de contemplar las sutilezas más radicales. Acostumbrados a navegar entre fenómenos complejos, el individuo contemporáneo percibe como "mágico" lo sencillo. Por eso, tal vez, su obra más lograda es Milkstone (1975), la piedra de leche, una fina losa de mármol blanco pulido, casi cuadrada, con una ligera depresión en su cara superior sobre la que deposita leche hasta que ésta empieza a correr el riesgo de desbordarse. La blancura untuosa de la leche, gracias a su tersura superficial y su opacidad, se confunde con las características del mármol pulido. La leche se mantiene como superficie horizontal gracias a la tensión de su materia grasa, de tal manera que cualquier perturbación mayor que un suspiro la haría desbordar.
Las cuatro obras, escuetas y silenciosas, se comportan como un haiku, esos poemas japoneses, estáticos y sintéticos, que exploran, con breves palabras que componen tres versos mínimos, todo un mundo de sensaciones. Aquí, el silencio de las bóvedas del salón, el olor de la cera, el color del polen, la regularidad de los thalí y el misterio de la leche nos transportan a un Oriente que se encuentra en el interior de cada espectador.
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