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LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
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El espejo deformante de la crispación

Josep Ramoneda

DECÍA MIQUEL ROCA, en un acto de la Fundación Alternativas en Barcelona, que uno de los efectos negativos de la crispación es que reduce el impacto de la corrupción. Efectivamente, convertida la política en una batalla de reproches pintados con brocha gorda, la ciudadanía tiende a pensar que las acusaciones de corrupción forman parte del espectáculo. Y las coloca en las estanterías de las falsedades, las mentiras y las calumnias. Si un partido es capaz de acusar a otro de connivencia con ETA o de relación con el atentado del 11-M, para señalar los disparates más sonoros que hemos oído en los últimos tiempos, ¿por qué la ciudadanía ha de pensar que dice la verdad cuando le acusa de corrupción?

Ante esta situación, muchos ciudadanos toman el camino de en medio: qué más da, todos son iguales, todos van por la pasta. Lo cual, además de injusto para muchos políticos, no hace más que aumentar la desconfianza entre la ciudadanía y sus representantes. Entre las adhesiones incondicionales de las fuerzas de choque de los crispadores y la reactiva conversión de los políticos en chivos expiatorios de todos los males debería haber un espacio para la ciudadanía crítica, como base indispensable para una democracia de calidad: deliberación y confianza. Pero para ello, los políticos deberían ayudar un poco más. Y desde luego su contribución no sólo es nula, sino que es profundamente negativa cuando presentan a las elecciones, como está ocurriendo en las listas para el 27 de mayo, a muchos candidatos con problemas con la justicia. Tanto el PP como el PSOE, más el primero que el segundo, es cierto, pero sólo es un matiz, los tienen en sus candidaturas. Lo cual hace inevitable una pregunta: ¿qué tienen o qué saben estos señores candidatos, que sus partidos no se atreven a quitarlos de las listas? ¿O tendremos que entender que los partidos dan por hecho que la corrupción está amortizada a ojos de la opinión pública y hay margen para la impunidad? ¿Qué credibilidad tienen entonces las llamadas a la tolerancia cero en materia de corrupción?

La crispación degrada realmente la vida democrática, y por eso es tan irresponsable ponerla en marcha (PP) como alimentarla para arrinconar al adversario en la extrema derecha (PSOE). Pero, además, en la medida en que oculta y banaliza la corrupción, el número de interesados en que la crispación siga aumenta imparablemente. Y la dificultad de resolver un problema político -la crispación, en este caso- es directamente proporcional al número de gente que se beneficia de él. Me temo que hay mucha gente interesada en que el ruido continúe.

La corrupción tiene mucho que ver con la vida municipal. Sería lógico que se hablara en esta campaña de los modos de proteger los municipios de la agresión de los corruptores -no se olvide nunca que no hay corrupto sin corruptor- y de las amistades peligrosas, entre política y dinero a costa de la urbanización masiva de determinadas zonas del país. Pero probablemente se pasará de puntillas sobre ello, porque la crispación está en otra parte: en la cuestión vasca, en la participación de Batasuna en las elecciones. Y la crispación es la que manda en la política española. El monopolio que la cuestión terrorista ejerce sobre la escena política tenía una sola ventaja: había frenado la demagogia reaccionaria sobre la inmigración. Ya ni siquiera ésta: el PP catalán de Josep Piqué tiene el dudoso honor de haber abierto la puerta a la entrada de la xenofobia en campaña, con un vídeo sobre la ciudad de Badalona.

La crispación es un espejo deformante de la realidad. En el debate electoral con Ségolène Royal, Nicolas Sarkozy puso a España por tres veces como ejemplo de las cosas que piensa hacer como presidente. ¿Qué hubiese pensado Sarkozy si al día siguiente hubiera visto la prensa española con un tema común en todas las portadas: las listas de Batasuna? ¿Es ésta la verdadera realidad de España? La crispación no deja siquiera espacio para el sentido común. El Rey habla de Irlanda e insinúa que, en estos casos, merece la pena "intentarlo", y se le acusa de romper su neutralidad. Y el Rey añade otra cosa más importante, que ha pasado más desapercibida: "Si se consigue, se consigue". Es la razón por la cual la mayoría de los ciudadanos son siempre condescendientes con el que lo intenta. Aunque la crispación lo nuble todo.

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