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Columna
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Protagonismo

No es que las comarcas del norte del País Valenciano fueran algún día las olvidadas Hurdes extremeñas; unas comarcas hispanas dejadas de la mano de Dios hasta que, hace casi cien años, la visita de los reyes de entonces y unas imágenes del incipiente cinematógrafo, dieran a conoce una realidad, que existía como existe Teruel, y una pobreza extrema y un atraso social, incomprensible incluso hace cien años. No, las comarcas valencianas que configuraron la decimonónica provincia de Castellón no fueron Las Hurdes. Pero hubo un tiempo pasado, recordable y no demasiado lejano, en que la aguda Maruja Torres comentaba la rareza de un suceso, indicando que era más extraño que localizar a dos adolescentes besándose en las calles de Castellón; tiempos en los que el vecindario de la capital de La Plana se lamentaba por no aparecer ni tan siquiera en las informaciones de los servicios meteorológicos, y porque apenas se hacia escueta referencia a la Magdalena, a las fiestas fundacionales de la ciudad, por iniciarse con las mismas la temporada de corridas taurinas.

Hoy, los jóvenes centroeuropeos o nórdicos compran entradas a través de las redes informáticas porque saben de Benicàssim y de música moderna; los escoceses de Glasgow, aficionados al fútbol y son miles, localizan rápidamente a Vila-real en el mapa a escasos kilómetros de Castellón; se acuerda el Príncipe de Gales de la provincia porque sirve su real persona de cartel publicitario a una mundialmente famosa industria azulejera; se ocupa ocasionalmente de Oropesa la celtibérica prensa del corazón porque el conservador Aznar, jugaba al pádel en la localidad de la Costa de Azahar y su prole inciaba aquí los primeros escarceos amorosos, y se fotografiaban los Aznar, aunque no como en las Azores; y se fotografían en Oropesa los guapos y guapas peninsulares en concursos de belleza, que promocionan complejos turísticos de gusto dudoso, pero publicitariamente exitosos, al parecer. No somos Las Hurdes del primer tercio del siglo XX, y aquí se arrullan los adolescentes en los bancos públicos, si los encuentran, como en cualquier otro lugar del mundo no sometido a la coercitiva moral de los fundamentalismos.

No cabe duda alguna que, cruzado ya hace unos años el umbral del siglo XXI, vamos adquiriendo mayor protagonismo, incluso en la información meteorológica de la televisión autonómica. Ayer mismo, como quien dice, se hablaba de la provincia de Castellón en el Congreso de los Diputados en Madrid, y se hablaba de El Toro y la Pobla de Benifassà, de Canes y de La Vall d'Alba, de Santa Magdalena y Sant Jordi, de Montanejos y Argelita, de la Salzadella y Fanzara; y se hablaba concretizando todavía más de solares, almacenes y patios ruinosos y casas carentes de luz y agua, donde se hacinan nuevos vecinos fantasmales que van a ir a votar y cambiar quizás el sentido del voto en esas localidades y en la provincial Diputación, que es la madre de todas las batallas. Una nimiedad que, como el caso Fabra o el caso Pantoja, tan sólo preocupan a los resentidos con la folclórica o con los políticos de cuentas poco claras. En puridad, lo único claro aquí es que las comarcas norteñas valencianas se convierten en protagonistas, y no tan sólo porque en marzo se inicie aquí la temporada taurina.

Y es que nuestro protagonismo -lo de bueno o malo es otra copla folclórica y que recuerda los chanchullos electorales y la manipulación del voto de hace cien años- traspasa ya los límites decimonónicos de la provincia de Castellón a la conquista del norte inmediato geográficamente, que es el norte catalán: siete magníficos y fieles afiliados castellonenses del Partido Popular andan en la lista electoral de su partido en Cornellà del Terri, en demarcación electoral de la también decimonónica provincia de Girona. Los conservadores hispanos deben de tener algún problemilla de personal para confeccionar sus listas por aquellos pagos. Y allá se dirigen los castellonenses de Carlos Fabra, sin problemas idiomáticos seguramente y con el mismo aguerrido ánimo con que las huestes de Jaume I recorrieron el trayecto que nos separa de Cornellà de Terri, pero en sentido contrario. Para algo han de servir las proclamas patrióticas y las palpitaciones del corazón a las que apela el de nuevo candidato a la Generalitat Valenciana Francesc Camps. Y tan contentos hasta un nuevo episodio que nos convierta en protagonistas de algunos sucesos, que maldita la gracia rancia y decimonónica que tienen.

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