_
_
_
_
Crónica:FUERA DE CASA | EN CANDELERO
Crónica
Texto informativo con interpretación

Malasaña

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Tampoco el barrio es el mismo. Aquel barrio que tomamos pacífica y desnudamente en otras nocturnas fiestas del Dos de Mayo. Hace ya bastantes mayos. Éramos otros, estábamos subidos a Daoíz y Velarde, desnudos, un poco pedos, un poco Lucy in the sky with diamonds. Sí, en noches como aquéllas tomamos oficialmente un barrio que ya era nuestro. Comenzaban los años ochenta, y muchos habitantes de la ciudad querían rejuvenecer sus casticismos de antaño. Otros tiempos, otros alcaldes, otras músicas, otros ladrillos y otros maderos. Pasábamos de la Pantoja y pasábamos de Marbella. Seguimos pasando. Algunas noches cantábamos las canciones de Chicho Sánchez Ferlosio en La Manuela. Incluso a veces habíamos pasado la tarde hablando, más bien escuchando hablar, de los presocráticos a Agustín García Calvo. Hace mucho, incluso el poeta todavía no era el autor de un himno inexistente. Era nuestro barrio, aunque viviéramos en otra parte. El mismo barrio de Maravillas que Rosa Chacel supo acercarnos en sus narraciones. Un barrio donde escuchábamos flamenco, en aquella La Carcelera, en ese local de la misma calle en que vivió el último verdugo, el triste y oscuro hombre que mató a Salvador Puig Antich. También a otros muchos. Triste, solitario y final, una vez lo entrevistamos en aquel barrio de tantas alegrías nuestras.

El barrio donde un joven Sabina, entre copas y oscuridades, en Elígeme, presentaba la novela de un tímido chico de su pueblo llamado Antonio Muñoz Molina. Muchas noches elegimos aquellas oscuridades, aquel bar donde sonó lo peor y lo mejor de la música en directo de los años movidos.

Había otros bares, otras músicas. El Penta, tan inevitable, tan rockero, que no se dejó ser posmoderno. La Vía Láctea, desvergonzadamente pop, mundos, chicas y copas de colores que siguen resistiendo el paso de las décadas. El café Ruiz, más clásico, imitando a bohemio y con absenta, maldita absenta. Había muchos más. Y había un barrio vivo, un barrio de terrazas, tascas con huevos fritos, restaurantes tirando a afrancesados, teterías hippies, bares con billar, ultramarinos poco finos, colegios, farmacias de viejos azulejos, teatros resistentes e islotes tranquilos en un barrio que conoció el ruido y las furias desde los tiempos de Manuela Malasaña.

La otra noche, la misma noche en que la francesa Ségolène Royal estaba poniendo ante las cuerdas a Nicolas Sarkozy, sentí deseos de volver al barrio. No podía ser tan fiero como lo pintaban. Después de la escapada, del puente en campos de Castilla, donde, por no pasar, ya ni pasan las ovejas, tenía ganas de emociones fuertes. Una mala idea la tiene cualquiera. Se nos quitó en dos minutos, y nos sobró uno. Como en los viejos tiempos, habíamos quedado en el machadiano café Comercial. De allí, una bajadita tranquila y la plaza es nuestra. Pues fue que no. No estamos para correr con nuestros años, nuestras canas y nuestros kilos. Creo que ese subidón de nostalgia se baja muy fácil. Ya sabíamos que no es lo que era, pero la lección la recibimos en el momento en que uno ve ese paisaje de uniformes frente a unos jóvenes que parecían una imitación castiza de una desconocida kale borroka a la madrileña. No, vuelta a casa, final del debate francés. Y añoranza de esas formas francesas. Nunca tuve tan claro que fuera bueno aquello tan castizo de derrotar a los franceses. Ahora, viendo a estos resistentes de Malasaña, viendo a sus atacantes y sin rastro de los responsables, otra vez me dan ganas de seguir el camino del abate Marchena.

O por lo menos me voy al cine. Me vuelvo a ver La vida en rosa, canto aquellas canciones de Edith Piaf, de tantas nostalgias. Y si me quedan ganas de afrancesarme un poco más, pues repito con Paris, je t'aime. Y me pongo a pensar en tropezarme con François Hardy, o con su hija, sin el simpático lapa de Jacques Dutronc a su lado. Volver a cantar aquello de J'aime les filles. Buena idea, así me quito más años que volviendo a Malasaña. A un lugar que ya sólo debe de existir en mis recuerdos. De todas formas, si Esperanza Aguirre sigue viviendo allí, el barrio no se puede quemar. Regresaré. Pero, eso sí, no pienso intentar más ver el paisaje hasta después de la batalla. Nunca seré candidato al Premio Cirilo Rodríguez.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_