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Otro héroe español en Anfield

El Liverpool supera al Chelsea en la tanda de penaltis con un colosal Reina y jugará la final para conseguir su sexto título

José Sámano

En la mística de Anfield siempre habrá unos renglones para Pepe Reina, otro español triunfante en una de las entidades más heráldicas del fútbol mundial. Con sus dos paradas en la tanda de penaltis, el portero madrileño fortaleció los lazos entre la colonia española y el viejo Liverpool. Su técnico, Rafa Benítez, despierta pasiones en la grada, que ya le dedica su propia coreografía. Hace dos temporadas, Luis García despidió al todopoderoso Chelsea en semifinales. En la posterior final de Estambul, Xabi Alonso fue decisivo al marcar de penalti ante el Milan y anoche, en la misma suerte, le tocó el turno a Reina, que desterró al equipo de Mourinho al rechazar los lanzamientos de Robben y Geremi. Reina, de paso, agrandó la leyenda de los porteros del Liverpool en la Copa de Europa. Grobbelaar, también en los penaltis, fue decisivo en el título ante el Roma, en 1984, y en 2005 lo fue Dudek. Anoche, fue el español quien puso al Liverpool en la final de Atenas. Y, de paso, dejó malparados a Mourinho y su lujosa factoría del Chelsea. En una semana, tras su inesperado empate del pasado sábado ante el Bolton, el equipo londinense se ha alejado del título de Liga y está exiliado en la Copa de Europa. Un considerable azote para una institución que invierte más que nadie en el planeta. Otro éxito para Benítez, capaz de gestionar mejor un botín más modesto.

El portero madrileño fortaleció los lazos entre la colonia española y el viejo Liverpool
El resultado fue otro éxito de Benítez y deja malparados a Mourinho y su lujosa factoría

Con ese fútbol encriptado que pregonan Mourinho y Benítez, el partido fue un calco de los que han jugado en los últimos cursos ambos equipos. Un duelo áspero, de tacos afilados, disputado con una sobredosis de adrenalina por los dos bandos. Nada de sutilezas. Los pastores del banquillo de uno y otro consienten pocas. Para los dos el fútbol es un juego cartesiano que ellos, tal que visionarios, disputan en su disco duro particular durante la semana. Todo está calculado sin una rendija para la improvisación. Salvo que llegue algún atrevido como Zenden y se le ocurra cambiar el guión. Ocurrió en el minuto 22, cuando Gerrard se disponía a lanzar una falta lateral. Segundos antes, como estaba dictado desde el vestuario, había ejecutado una acción idéntica en la que buscó la cabeza de Crouch, una monotonía en cualquier ataque del Liverpool. Zenden se acercó a su capitán y le susurró algo al oído. El Chelsea, como estaba ordenado desde el laboratorio de Mourinho, había dispuesto que en las jugadas a balón parado fuera Drogba, su ariete, quien escoltara al gigante Crouch. Curiosamente, con la pelota detenida, el equipo londinense encerraba en su área a todos los futbolistas salvo a Ashley Cole, un lateral, al que en esas suertes le tocaba hacer de Drogba y situarse como único delantero. Todo programado hasta que Gerrard siguió el consejo de Zenden, se olvidó de Crouch y cedió la pelota al balcón del área para Agger, un central olvidado en la pizarra de Mourinho, y éste igualó la eliminatoria con un disparo con la zurda. Cuestión de los futbolistas, no siempre obedientes.

El gol castigó al fútbol críptico del Chelsea, plantado en Anfield con la única idea de minar a su rival. Mourinho decidió atrincherarse en el medio campo, con Makelele un paso por delante de los centrales y Kalou, en teoría el segundo punta, desplazado como interior izquierdo. Más chisposo y con mejores intenciones, el Liverpool siempre gobernó el encuentro. Benítez hizo una acertada variación respecto a la ida: prescindió de Xabi Alonso y situó a Gerrard donde más disfruta, por el centro, al lado de Mascherano. A veces, en el fútbol uno más uno es igual a uno. Le sucedió al Liverpool en Stamford Bridge, cuando alistó juntos a Mascherano -ayer excelente en el quite- y Alonso, dos futbolistas con el mismo repertorio que hacen muy previsible al equipo. Con Gerrard junto a cualquiera de los dos, el Liverpool mantiene el orden y añade la llegada de su líder. Ayer, Benítez mantuvo la nueva ecuación hasta mediado el segundo periodo, cuando quiso garantizarse mayor control del juego.

El encuentro, la eliminatoria en general, dejó muy malparado a Lampard, al que sus frenéticas últimas temporadas parecen haberle frenado. Le han secado el depósito. Hoy sólo es jugador de tajo, como tantos en este multimillonario Chelsea. Sin el mejor Lampard, aquel chico de buena vista y mucho gol, el Chelsea es un conjunto invertebrado, con atletas de primera pero poca imaginación. Apenas la que le aporta Joe Cole, anoche mejor esposado que en la ida, cuando anudó a Arbeloa. El Chelsea se supedita a su enorme poderío físico y amenaza con Drogba, lo que no es cualquier cosa, pero no siempre le alcanza. Con menos recursos, el Liverpool le tuvo contra las cuerdas antes de la prórroga, cuando las piernas de Cech despejaron un cabezazo de Crouch y, pocos minutos después, la escuadra derecha del meta checo frustró otro cabezazo, esta vez de Kuyt. Ya en la prórroga, el propio Kuyt logró anotar, pero Mejuto invalidó la jugada por fuera de juego del holandés. Todas las señales apuntaban a la victoria del Liverpool, pero el Chelsea, con el mismo discurso del principio, poco a poco impuso su rodillo físico, logró frenar a su adversario y llegar a la ruleta final. Pero entonces apareció el héroe de la noche, otro español entronizado de por vida para la maravillosa liturgia de Anfield: Pepe Reina.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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