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Reportaje:

El descubridor de la lengua

El franciscano Saturnino Ruiz de Loizaga, pregonero de las fiestas de San Prudencio, reivindica Valdegovía como cuna del castellano

La conversación con Saturnino Ruiz de Loizaga (Tuesta, Álava, 1939) está plagada de referencias filológicas. La evolución del latín a las distintas lenguas romances es una de sus grandes pasiones, de la que disfruta cuando su trabajo en el Ateneo Antoniano de la orden franciscana de Roma le deja tiempo. Se dedica a la edición crítica de textos filosóficos y teológicos medievales, en el latín original, un trabajo que, reconoce, "tiene un público muy minoritario, porque ya nadie aprende latín, así que los alumnos de Filosofía acuden a las traducciones con la pobreza que ello conlleva".

Ruiz de Loizaga, sin embargo, aprendió latín desde bien pequeño, cuando las misas se oficiaban en esa lengua universal. Lo hizo en el monasterio franciscano de Arantzazu. "Entonces había muchas vocaciones, las familias eran muy numerosas y siempre enviaban uno o dos hijos a la Iglesia, lo que además era todo un honor", explica Ruiz de Loizaga, quinto de nueve hermanos. "Cuando me marché de allí, había más de 170 frailes que se encargaban de impartir clases a los alumnos del colegio, pero también para los que habíamos decidido ordenarnos y luego estudiábamos Teología. Sólo conmigo, nos ordenamos 26 compañeros, lo que ofrece una idea de lo que era Arantzazu".

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Quizás por una conexión filológica de las que tanto le gusta a este franciscano, en lugar de acabar como misionero en Cochabamba (Bolivia), tal y como habían decidido los superiores de su orden, terminó en Roma. El propio Ruiz de Loizaga explica esa coincidencia lingüística: "El otro día, cuando estaba en el aeropuerto romano de Fuimicino, me puse a pensar que ese término viene de la misma expresión latina que Omecillo, el río que pasa por Valdegovia, el valle en el que nací".

Aunque se marchó de su Tuesta natal siendo niño, no ha perdido la añoranza por su tierra, a pesar incluso de llevar más de 40 años viviendo en Roma. Fruto de esa nostalgia llegó su interés por el cartulario de Valpuesta. También intervino su interés como medievalista, claro. "Era una documentación prácticamente desconocida, lo que me llevó a transcribirlo, ya que además de mis estudios filosóficos y teológicos, en Roma había asistido a cursos de paleografía, lo que me permitía entender aquellos manuscritos", aclara. Y pronto descubrió que en aquella relación de donaciones al monasterio de Valpuesta había algo más que latín. "Me encontre con ejemplos como el de matera (madera), porque en latín la palabra es lignum (que deviene en leño); y otras palabras como plumazo, con el significado de colchón, pozal como balde, pruña como ciruela", enumera Ruiz de Loizaga.

Sorprenden también tantas donaciones a los monjes. "En la Edad Media, mucha gente vivía con la fe del carbonero, tenían la idea de que hacer al monasterio una donación se convertía en un salvoconducto para conseguir la salvación", aclara el franciscano. Entonces, el fraile que tomaba nota en aquella Valpuesta del siglo X escucha la donación en un protocastellano, pero luego lo escribe en latín, si conoce el significado; en caso contrario, lo pone en esa lengua que está naciendo. "Ya en ese momento el latín se había convertido en otro idioma", resume Ruiz de Loizaga.

Frontera con el Islam

Corrían los años 930 a 950. Entonces Valpuesta es el monasterio de referencia en la frontera con el Islam, de ahí la importancia del cartulario. "Los árabes no pasaban de las Conchas de Haro, no se atrevían, salvo alguna razzia que otra", dice. San Millán de la Cogolla, donde se sitúa el hallazgo del primer texto escrito en castellano un siglo más tarde, ni siquiera existía. Pero, de momento, el reconocimiento público de Valpuesta y del hallazgo de Saturnino Ruiz de Loizaga, continúa sin llegar, a pesar de que el célebre Rafael Lapesa prometió incluir una cita en su famosa Historia de la Lengua española que nunca se completó, debido a su fallecimiento.

"Además, La Rioja invierte mucho en mantener el mito de San Millán; y luego está que Gonzalo de Berceo, el primer poeta en castellano, nació en un pueblo cercano. Si nosotros hubiésemos tenido un poeta...", se lamenta el medievalista, poco antes de regresar a sus tareas en Roma. "A nosotros no nos jubilan, porque somos los últimos que sabemos latín", explica cuando se le pregunta por qué no se queda unos días más en Vitoria.

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