_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Bye, bye, Lenin

Antonio Elorza

El azar ha querido que coincidiesen en el tiempo dos acontecimientos que vienen a marcar el fin de una era: por un lado, el Partido Comunista Francés registra su peor resultado histórico en las elecciones presidenciales francesas, quedando al borde de la desaparición; por otro, la rama principal del comunismo italiano cierra su evolución iniciada a fines de los años 80 con la disolución de los Demócratas de Izquierda para pasar a integrarse en el nuevo partido que ha de surgir de la convergencia con los demócratas cristianos de izquierda y otros grupos, que hasta ayer formaban la llamada Margarita. Si tenemos en cuenta la penosa situación del Partido Comunista de España, que por un momento trató de encontrar salvación bajo la máscara de Izquierda Unida, vamos a parar a una conclusión difícilmente negable: la marca política que Lenin creara en marzo de 1918 para sustituir a la socialdemocracia ha cerrado ya, por lo menos en los principales países de Europa occidental, su recorrido histórico. O dicho de otro modo, el espejismo eurocomunista se ha disipado definitivamente.

En 1975, los tres partidos, PCI, PCE y PCF, parecieron coincidir en una perspectiva de transformaciones progresivas de sus sistemas sociales dentro de un marco democrático. No estaban lejos las grandes movilizaciones de fines de los años 60, las últimas registradas en el mundo occidental según el patrón clásico, las posiciones de la clase obrera habían avanzado de modo considerable y paralelamente el descrédito del modelo soviético concernía ante todo a su carácter represivo, no a la ineficacia económica. Era llegado el momento de ir más allá de la socialdemocracia sin quebrar el respeto a las libertades.

Las debilidades del "eurocomunismo" fueron visibles muy pronto. Para empezar, cada partido respondía a tradiciones y tenía pautas de organización y de comportamiento político muy diferentes. El español salía de una prolongada clandestinidad y el frescor democrático de sus documentos contrastaba con el arraigado estalinismo de un grupo dirigente formado en los años de la República y la guerra. El PCF había sabido, por su parte, superar la contradicción existente entre internacionalismo y vinculación nacional, a favor de la Resistencia, pero mantenía una enorme rigidez doctrinal y un estilo de hacer política enlazado con el patrón soviético. En cuanto al PCI, si bien contaba con la aportación decisiva de Gramsci y de Togliatti a la hora de forjar una mentalidad y una cultura políticas, se encontraba atrapado en un callejón sin salida por el cerco anticomunista impuesto por la Democracia Cristiana. Y además, según hoy sabemos bien por los estudios de Silvio Pons, ni siquiera en la época de Berlinguer, y añadiríamos que tampoco en la final de Occhetto, supo cortar del todo el cordón umbilical con la URSS. La convergencia era, pues, un objetivo irrealizable.

El fracaso se consuma ahora, a pesar de las distintas vías ensayadas por sobrevivir a la crisis del mundo soviético. No sería justo, sin embargo, olvidar la aportación que cada uno de los tres partidos realizó a las respectivas democracias. Ahora que el libro de Nicolás Sartorius y Alberto Sabio, El final de la dictadura, recupera de manera excelente el papel jugado por los movimientos sociales en la presión que hizo inviable el continuismo del régimen de Franco, conviene también recordar lo que significó, con sus aciertos y errores, la táctica de Carrillo desde 1956 conjugando la oposición frontal en nombre de la democracia con el posibilismo sindical de Comisiones Obreras. La deuda con el PCE es en este sentido innegable, lo mismo que en caso del comunismo francés por la resistencia antifascista, el establecimiento posterior de la Seguridad Social, la lucha contra la guerra de Argelia y la política de "programa común" con el socialismo. Ambos vieron realizados sus objetivos a costa propia.

En fin, el Partido Comunista Italiano fue un agente decisivo de estabilidad democrática, de reforma moral y de renovación de la política en un país que más de una vez estuvo desde 1945 al borde de la involución. Queda Refundación Comunista, con un contenido más tradicional, pero es en cualquier caso de lamentar que las características del sistema político italiano no hayan permitido el mantenimiento de su sucesor como partido socialdemócrata.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_