Doctor Harpur
El martes, los colaboradores del doctor House parecieron descubrir que su jefe tiene cáncer. En realidad, House siempre ha estado enfermo, y parte del éxito de sus andanzas se basa en esta capacidad para arrastrar la debilidad del paciente y el poder del médico. En consonancia con su perfil, House es igual de borde como médico que como paciente, aunque eso no le impide soltar algún aforismo de efecto retardado de vez en cuando. Por ejemplo: "El que no se haya explicado no significa que sea inexplicable". Es una máxima que, más allá de la medicina, también funciona. En televisión, por ejemplo, los diagnósticos suelen ser precipitados y el único análisis que prevalece es la urgencia de una audimetría que intenta dar sentido a lo que se oculta. Es la misma urgencia que padecen los que se mueven en la parte más estresada de la pirámide televisiva: un síntoma de mejoría puede esconder un colapso fulminante, y, en el extremo opuesto, un programa agónico puede recuperarse milagrosamente. Entre lo no explicado y lo inexplicable, pues, está el quid de la cuestión.
Hace unos días, Juan José Millás me recomendó el libro Realidad daimónica, de Patrick Harpur. Las recomendaciones de Millás deberían ser vinculantes, así que me sumergí en el libro y, en efecto, es muy recomendable. Se trata de una reflexión amena y documentada sobre fenómenos paranormales sin voluntad sensacionalista ni prejuicios seudocientíficos. Habla de apariciones, avistamientos, espiritismos, delirios y supersticiones. Viendo a House me di cuenta de que Harpur habla de todo lo que ocurre entre lo inexplicable y lo que queda por explicar, y deduje que, además de ser una eminencia de lo paranormal, también es un ensayista involuntario sobre televisión. Escribe Harpur: "La propia trivialidad y el disparate de muchas visiones y apariciones forman parte esencial de ellas, apuntando hacia una reestructuración radical de lo que comúnmente contemplamos como realidad". Es el mejor diagnóstico sobre televisión que he leído en mucho tiempo.
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