La máquina del tiempo
H. G. Wells publicó La máquina del tiempo en 1895. Su protagonista avanza en el calendario y aparece en mundos que no le satisfacen, decadentes, a punto de extinguirse. Los impulsores de Proyecto Avanti comparten mucho con los protagonistas de Julio Verne -ingeniosos, entusiastas, arriesgados, con un punto kamikaze- y nada con la experiencia del científico decimonónico de Wells, pero han situado en plena calle María Auxiliadora su propia máquina del tiempo, aprovechando la infraestructura del Colegio Salesianos, en un barrio-barrio de Córdoba: a cuatro pasos del centro de la ciudad, sí, pero a dos de un mercado de abastos.
Avanti atiende a todas las disciplinas artísticas -más a las escénicas, claro-, forma a quienes las disfrutan, apuesta por quienes innovan y, muy especialmente, desarrolla acciones con carga didáctica: talleres, exposiciones, impulso de las actividades infantiles... El entorno no proviene de la casualidad. Avanti acoge este fin de semana la primera edición de Titereveo, sumada a iniciativas como la muestra de teatro aficionado cordobés, el festival de magia y otros muchos espectáculos, incluyendo circo, cine y guiñol. Servidora, mal -y escasamente- acostumbrada, es de las que conectan mentalmente con marionetas al escuchar la palabra títeres, y se imagina rodeada de niños y de risas, pero le cuesta creer que un títere cautive con formas adultas y a un público que ha olvidado la imagen del patio de su escuela. La primera oferta de Titereveo, el viernes por la noche, materializaba el aspecto -espectáculos infantiles, sí, pero también para mayores- más llamativo del programa. Nos acercamos a Avanti, pues, dejando en casa los prejuicios.
El vestíbulo prologa la peculiaridad del espacio. Unos muñecos -tan enormes que cuesta una vida manejar- llaman la atención desde la escalera: asómense al curioso viaje que propone Marionetas del mundo. Mirada al frente, y el salón de actos de los Salesianos muestra asientos en número grande y suficiente, escenario generoso, buena acústica, ambiente acogedor: un teatro en toda regla. Tras nosotros, una pareja de abuelitos se acerca a las primeras filas. Minutos después acceden varios niños con aspecto de habituales del lugar, y un grupo de mujeres da paso, a las nueve menos cinco, a vecinos del barrio -hermanos medianos, mayores, padres- y gente del teatro cordobés: el primer aplauso debe ser para Avanti, por esta mezcolanza.
El título El Duende Sombrerudo, el Señor de la Siesta se desvela con la aparición de Carlos Schwaderer, del grupo argentino Sauco, que explica cómo los personajes se enredan en su enorme sombrero, escapándose de él para contar su historia. Hasta que no transcurra más de media hora no veremos al actor, ahora oculto por el sombrero, ahora escondido por la luz azul o la sombra. Los títeres que utilizará, esparcidos sobre una mesa, muestran sus colores al borde del Arcoiris. El momento bucólico está asegurado: en el exterior trinan, y no exagero, los pájaros. El espectáculo se divide -Schwaderer bromeará al final con esto- en dos partes: una en que el actor no es más que un sombrero, una voz, dos manos y sus títeres, y otra en la que interpreta a Stefano, un fracasado músico italiano en su Juicio Final, pero también a todo su entorno, desde la familia a los compañeros de trabajo, representados por títeres. El primer bloque consistió en tres breves parlamentos, durante cuyos primeros minutos El Duende Sombrerudo hacía cosquillas por igual a niños y a mayores, conectando con el público merced a la risa, pero sin impedir que sus personajes -un niño de la Argentina de los primeros ochenta, un hombre de la Argentina más reciente, un perro- exploten en la recta final, y clamen contra la guerra, contra la indiferencia a la pobreza, contra la perra vida. El Duende Sombrerudo hila la transición al otro bloque evocando su fascinación por el personaje de Stefano, descubierto en un teatro, y traza la historia de un genio cuya vida no responde a sus expectativas, ni a las de los demás. Los aplausos combinan entusiasmo y justicia: disfrutamos con los títeres -esta vez crudos y rotundos- como recién salidos de cualquier aula cercana. Schwaderer conversa con el público, pregunta qué gustó, qué disgustó, regala dos historias cómicas para que el sabor del patio de butacas se nivele, más dulce que agrio al fin.
El reloj bordea las 11.00 al marcharnos de Avanti. El color del cielo amenaza lluvia; el tiempo nos acerca al Londres de finales del siglo XIX. Las actividades continuaron el sábado, con un taller para niños de construcción de marionetas, y la representación de El traje nuevo del emperador; aún quedan oportunidades para hoy, con pases a las 12.00 de la mañana -El patito feo- y siete de la tarde -Magicocos-, además de la exposición. El precio de la entrada -hay bonos- es de cuatro euros para niños, y seis para mayores de 14 años. Y ambas obras se anuncian para los primeros, sí, pero también para que los mayores experimentemos con esta máquina del tiempo que es Avanti.
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