_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mentiras

Confieso que tiendo a analizar desde el punto de vista de las esposas aquellas historias que conciernen a personajes como el presunto testigo Díaz de Mera. Me ocurrió con Tamayo, cuando lo del transfuguismo, me sucedió con Colin Powell cuando mintió en Naciones Unidas con el asunto de las armas de destrucción masiva ocultas en Irak, y me pasa todos los días con Linda Bush: me pregunto cuál es el grado de complicidad de la media costilla en asuntos gravísimos, desencadenados por el hombre que mentía demasiado.

No crean que soy sexista. Es que tiendo a ponerme en el lugar de la mujer, por ser yo femenina en demasía. Pero cuando Ana de Palacio, entonces ministra de Asuntos Exteriores, mandó la famosa carta a las embajadas pidiendo que mintieran sobre el 11-M, ahí sí. Ahí sí que me puse en el lugar del chico: claro que lo que yo tenía en mente era Colin Powell, el de los mapas y las fotos desde el aire, porque eso fue antes de que Paul Wolfowitz le tirara las tejas del Banco Mundial, acertándole en plena hucha. Y eso no sé si cuenta, no habiendo de por medio en común sagrado vínculo; sólo la falacia.

Todas las noches, me halle donde me halle, y desde que Díaz de Mera se dedica a arrojar heces venenosas sobre las sepulturas de las víctimas del 11-M, me pregunto qué ocurre cuando regresa a casa. ¿Es esa mujer -su presunta esposa- consciente del sacrificio que su marido lleva a cabo, sesión tras sesión? ¿Le corresponde como merece? ¿Le acompaña al baño con las pruebas de la prensa afín del día siguiente, para que cague -inundando ahora inofensivamente los albañales- mientras lee lo que han escrito sus periodistas / instigadores / voceros? ¿O bien el tío es un moderno Yago y se conecta a Internet para leer a su blogger favorito, posiblemente un trasunto de Ricardo III pero sin narices, afligido por la deriva de la verdad que sólo él y su mundo poseen?

Personal y galácticamente, me sabría mal que Díaz de Mera no regresara a casa para encontrar allí, en chancletas, a la esposa que merece. Alguien que, con un cuchillo escondido en la bata, le empujara hacia el dormitorio: "Dime, ¿lo nuestro también está basado en el engaño?".

Pero no se preocupen. Duermen en paz, los malditos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_