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Columna
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Determinismos

A Nicolas Sarkozy le veo cierto parecido con Sylvester Stallone. No quiero establecer con ello una semejanza moral, pero, no sé, tal vez compartan código genético. Lo compartimos todos, esto es evidente, aunque hay pequeñas diferencias que remolinean en la zona oscura, zona en la que trabajan los científicos y sobre la que se han lanzado al asalto los ideólogos. Conviene ser cautos al respecto, aunque tampoco es aconsejable clamar al cielo ante algunas declaraciones. Las recientes de Nicolas Sarkozy sobre el determinismo genético de pederastas y jóvenes suicidas y la "douleur préalable" de estos últimos, han levantado una auténtica polvareda. Serían la prueba definitiva de la ideología derechosa del candidato francés. Cualquier determinismo resulta bueno para explicar el comportamiento humano excepto el determinismo biológico, al que rápidamente se le suelen adherir resonancias nazis. Es verdad que otros asesinaron tanto como ellos, pero lo hicieron por otros motivos, de modo que el horror nazi y la manipulación biológica siempre irán asociados. En la oposición entre nature y nurture, quienes optan por la primera suelen ser considerados derechistas, mientras que son izquierdistas los partidarios de la segunda. Conviene distinguir, sin embargo, entre ideología y ciencia.

A quienes padecemos algún tipo de handicap genético la distinción nos resulta clara. Sabemos cuál hubiera sido nuestro destino en el paraíso racista hitleriano, con sus ideales eugenistas y de limpieza biológica. Las ideologías del Bien no nos hubieran salvado, pero sí esperamos la curación de la ciencia. Nos sabemos genéticamente determinados y lo esperamos todo de la ingeniería genética como otros lo esperan de los antibióticos. No hay aquí diferencia de fines, ni ideología alguna que no sea otra que la del rechazo del sufrimiento como instancia reguladora de la vida, una opción moral que no parece concitar el acuerdo de todos. Se me objetará que esa opción moral puede entrar en colisión con determinados principios morales, pero esa es una cuestión que rebasa las intenciones de este artículo. Lo que sí podemos afirmar es que una enfermedad no es un problema moral y que algunas no son provocadas por agentes externos, sino que vienen impresas en nuestra naturaleza y responden a una douleur préalable. No habría problemas en aceptar lo dicho hasta ahora si el concepto de enfermedad estuviera bien delimitado y no hubiera invadido el ámbito moral, como creo que ocurre cada vez con mayor frecuencia. Bien, la enfermedad no es un problema moral, pero, ¿son los problemas morales una enfermedad?

Discuten hoy los neurobiólogos sobre los fundamentos biológicos de nuestros principios morales -que serían así innatos y no adquiridos, salvo en sus gramáticas particulares- e incluso de nuestras creencias religiosas: Dios sería un producto de nuestra evolución y no el origen de ella, y lo mismo ocurriría con nuestra tendencia a ser morales, que habría quedado impresa en nuestro genotipo. Que eso sea así -en caso de que lo sea- no va a modificar ni nuestra tendencia a ser morales ni la de creer en una divinidad -Dios se nos habría revelado, imprimiéndose como un a priori, en ese texto sagrado que es nuestro código genético-, salvo que la teoría que lo sustenta nazca falseada ab origine. Conclusiones de carácter tan general no pienso que hayan de tener mayores consecuencias. Si las tendrá, sin embargo, la demostración del fundamento biológico no de nuestra naturaleza moral, sino de determinadas conductas morales, conductas desviadas o reprobables como las enunciadas por Nicolas Sarkozy. Las tendrá, en primer lugar, porque en ese caso los problemas morales se convertirán en problemas de salud, en enfermedad. Las tendrá también por el cortocircuito que se producirá entre moralidad y salud: ¿requerirán los problemas de salud, para ser considerados tales, una previa sanción moral, o será la anomalía genética, la estadística, la que determine los problemas de salud y también los morales?

Es decir, ¿habrá que definir previamente cuáles son las malas conductas, tan genéticamente determinadas como las buenas, para delimitar los problemas de salud, o será la rareza, en términos estadísticos, de determinadas variables genéticas la que establezca la bondad o la maldad de nuestros comportamientos? Y la pregunta mayor que se nos plantea: ¿podremos seguir siendo libres para vencer a nuestra determinación biológica, es decir, a la naturaleza, como lo hemos sido para vencer el determinismo social u otros de otra índole, incluso para optar por el sufrimiento si así lo deseamos? Nicolas Sarkozy no ha planteado nada que no esté siendo planteado ya con total seriedad. El fascismo, en todo caso, sólo vendrá después.

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