_
_
_
_
Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Carbonell

Jordi Carbonell, conocido filólogo y político, acaba de publicar una recopilación de poemas sobre las edades del amor titulada Hortènsia (editorial Proa), que están dedicados a la que fue su mujer durante muchos años. Que un hombre de 83 años dé a conocer sus versos de amor por la amada dignifica el homenaje a la ausencia (y a la presencia) y dice bastante sobre las convicciones y la sensibilidad de una persona que, en estos días, debe de estar viviendo con inquietud los acontecimientos políticos del país que más ama.

Cataluña no es el único, sin embargo, ya que, precisamente por defenderla, tuvo que marcharse y ejercer su oficio en Cerdeña y Liverpool. Hortènsia Curell siempre estuvo a su lado y su presencia inspiró en Carbonell una vena poética que descubrió de adolescente y que ha cultivado a lo largo del tiempo en forma de diálogo mientras ella vivió y de monólogo desde que falleció. Fue un exilio o un destierro que nunca olvidó su origen de represalias y que, a su regreso, acrecentó su militancia en defensa de la lengua catalana y de un ideario político que hoy está parcialmente representado en el Gobierno.

Tuve la suerte de conocer a Carbonell en un hotel de veraneo. Cada día, él y su esposa salían a dar un paseo, cada vez más lento y breve a medida que los veranos y los achaques se sucedían (el deterioro de la vejez y sus invencibles injusticias: constatar que el más fuerte tiene peor salud que el más débil y que el más débil debe asumir el reto de encontrar las fuerzas que nunca tuvo para atender al más fuerte como se merece). Siempre había alguien que le reconocía, que se acercaba a saludarle o que, una vez lejos, comentaba con enorme respeto el pasado del filólogo-político-poeta. Con una sonrisa que denotaba timidez y una capacidad innata para la ironía culta, Carbonell dejaba que, a sus espaldas, los más concienciados e informados comentaran su resistencia a la policía franquista, su negación a hablar en ninguna otra lengua que no fuera la suya y esa frase, ya histórica, que se le atribuye: "Que la prudència no ens faci traïdors" (si me permiten el comentario, viendo lo que se cuece en nuestro panorama político, dan ganas de parafrasear a Carbonell y, sin ánimo de ofenderlo, convertirla en "que la imprudència no ens faci traïdors").

Pero volvamos a aquellos veranos: los que coincidían con sus ideas manifestaban su admiración en un tono más vehemente, pero lo importante de personas como Carbonell (y de muchas otras) es que el respeto que producen es transversal y, por suerte, también puede experimentarse desde una discrepancia más o menos cercana. En alguna ocasión, jugamos al billar. Primero hablábamos un poco, me preguntaba por mi padre, comentábamos las últimas noticias sobre el Barça y luego compartíamos un feliz momento de carambolas, silencios y felicitaciones mutuas por los aciertos en un clima de deportividad casi británica enmarcado por el tapete verde y unos ventanales con vistas al Montseny. Él se quejaba de que a los 80 años ya no tenía las mismas facultades, pero lo cierto es que me ganaba casi siempre y, como a los buenos jugadores, se le notaba la satisfacción de lograr dos, tres, cuatro o hasta cinco carambolas de una tacada. Pasado un tiempo prudencial, aparecía Hortènsia, vital incluso en los momentos más difíciles, y se marchaban a dar el enésimo paseo, los dos con el bastón de los que se resisten, con razón, a que les jubilen antes de tiempo.

Por eso, en esos días que políticamente generan tantas dudas, observando la negligente esgrima verbal de nuestros representantes políticos y su alucinógena concepción del patriotismo, resulta útil pensar en gente como Carbonell y en si se está administrando honestamente su legado. En lo político, puedo discrepar de algunas cosas pero no de su manera de defender aquello en lo que cree. En lo poético, no discrepo de nada, y me quito el sombrero ante la coherencia de querer completar, con el tono más adecuado, un homenaje personal que, por muchas circunstancias, encuentra en el ámbito de la poesía la medida perfecta entre lo público y lo privado ("Viure és plorar la teva absència, amor: aquest espès, translúcid cortinatge/ que em separa de tu i no em deixa veure/ el semblant estimat, el clar somriure").

La vida de Carbonell está marcada por muchas ausencias y es probable que, leyendo sus poemas, uno reconozca no sólo lo ganado sino también lo perdido (que a veces une más que los logros más sólidos). Y quedan los recuerdos de los hijos y de los nietos, acompañándolos en esas mesas veraniegas, y los paseos, y la lectura de los periódicos (indispensable Avui) y esas carambolas, elaboradas con un estilo que buscaba siempre la efectividad antes que la espectacularidad, y la mirada despierta, de ojos claros, observando la trayectoria de la bola lanzada, todavía con fuerza, acompañándola y comprobando si se consigue el prodigio de la carambola a tres bandas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_