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Columna
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Vigo

Guardo en mi memoria la imagen de Xaime Isla Couto saliendo hace muchos años, con cierta dificultad, de un utilitario canijo y proclamando con una enorme sonrisa "Eu son un caos creativo", lo que cualquiera que conozca al viejo abogado galleguista no podría negar. Casi en el mismo momento pensé que ese podría ser el mejor lema para Vigo. Lo pensé porque ese es, sin duda, el carácter de la ciudad, pero también porque es de ese sentimiento del que se sienten orgullosos los vigueses. Si hubiese un patriotismo vigués tendría que pivotar sobre ese dinamismo caótico que los vigueses han hecho marca de identidad.

Vigo, de hecho, es, hoy por hoy, el sitio de mayor agitación urbana de Galicia. Recorrer sus calles es tener esa experiencia de amalgama humana, confusión y velocidad que distingue a las verdaderas ciudades de aquellas otras que discurren con el tiempo más lento de la provincia. A mis ojos de hombre de la Terra Chá, más rústico y enjuto, Vigo es el lugar que contradice con mayor claridad una cierta repetida idea de lo que es ser gallego.

Para empezar, los vigueses tienen un punto macarra. Tal vez es un efecto del carácter inconexo, nervioso y posiblemente un poco frustrante de la desorganizada experiencia urbana, pero lo cierto es que he encontrado en Vigo ejemplos de una cierta chulería proletaria, o maneras de ejecutivo expeditivo, que rara vez es posible encontrar en otros puntos del país. Los vigueses tienden a una claridad que tal vez sería juzgada extravagante y hasta desconcertante unos kilómetros más al norte. Dan el efecto de que, con ellos, no hay tiempo que perder. La lentitud agraria no casa bien con la rapidez que han de tener los negocios.

Y sí, Vigo, podría ser la Barcelona del Atlántico que con mucha visión y sentido común reclamaba a comienzos del siglo XX Antón Villar Ponte. En Vigo la gente da la impresión de que se levanta todos los días con el afán de recoger unos euros antes de que lleguen al suelo. Vendiendo chatarra, haciendo coches, exportando granito o preparando congelados o gambas con gabardina los vigueses se las ingenian para enriquecerse a la mayor rapidez posible. Eso hace que Vigo tenga un cariz burgués y obrero mucho más nítido que cualquier otro lugar de Galicia.

Esta facultad para pillar las cosas al vuelo debería ser motivo de satisfacción para los vigueses pero, por algún raro motivo, no sucede así. A veces uno tiene la impresión de que, así como idealmente muchos coruñeses querrían ser madrileños, los vigueses sufren cierto complejo de no ser coruñeses. De hecho, al parecer, el nacionalismo y la izquierda local le dejó el gobierno a la derecha porque alguien soñaba que lo que necesitaba Vigo era un clon de Paco Vázquez. La fascinación que ha causado ese hombre en la Galicia contemporánea es ininteligible.

Sería un error. Vigo no tiene nada que ver con A Coruña. Ni por su historia, ni por su sociología o economía guardan las dos ciudades parecido alguno. A Coruña es un ciudad muy estructurada, de elites muy definidas, tanto que tal vez basta con que se sienten cinco personas a una mesa para decidir, por ejemplo, hacer un puerto exterior (de coste muy superior a la Cidade da Cultura y de oportunidad tan discutible, cosa de la que nadie habla, ahora que tanta gente que calló como un muerto en el pasado le ha cogido el gusto a parlotear ) y, de paso, una gran operación urbanística en los terrenos del puerto actual.

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Eso mismo sería más impensable en Vigo, lo que es más bien una virtud que un defecto. Precisamente, lo que hace de Vigo un buen laboratorio de la Galicia del futuro es que goza de una ligereza, de una ausencia de amarres que le da una mayor versatilidad que cualquier otra ciudad en Galicia. Es cierto que la exagerada dependencia de Citroën no puede sino levantar incertidumbres, pero no creo que quepan dudas de que Vigo va a protagonizar el futuro del país.

Eso plantea dos aspectos. Uno, que las elites políticas y económicas de Galicia aún no son del todo conscientes de este hecho. Incuestionable, cuando uno piensa, además de en su industria, en el agregado urbano que rodea Vigo, o en su pirámide demográfica. El segundo, que Vigo todavía necesita un punto de cocción, y ser más lúcida y ambiciosa acerca de su futuro. Está, a mi parecer, en el camino de fraguar y reconocerse en su auténtico carácter y vocación, pero todavía le falta ese pequeño elemento de Ilustración que la levante de un localismo estrecho.

Un último punto: ¿por qué alguien no se decide a iniciar la rehabilitación del barrio comprendido entre el Berbés y la Praza da Constitución? ¿Acaso nadie entiende lo estupendo que es?

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