_
_
_
_
_
Reportaje:

Una despedida humilde

Lluís Llach evitó en lo posible la nostalgia en los conciertos de despedida que ha celebrado en Verges

En las afueras de un pequeño pueblo situado lejos de casi cualquier parte menos de la geografía emocional de quien se despedía. Allí marchó Lluís Llach para despedirse, para hacer un mutis mucho menos concurrido de lo que le habían pedido -se habló de un Camp Nou apoteósico- y así mantener vinculación con sus raíces, al fin y a la postre matrícula de identificación que se lleva de por vida. Una enorme carpa situada en mitad del campo, desafiando con su blanca enormidad a la tramontana, marcaba ese punto en que, a partir de este fin de semana, irá vinculado el adiós de Llach a las exigencias de la industria musical. Gracias a él Verges ganó visibilidad sin por ello abandonar sus humildes proporciones.

El estreno de Verges 2007 marcó el final del concierto y tuvo que ser el público quien entonara L'estaca cuando él ya se había ido
Esquivó el pasado, centrándose en su último disco 'i', quizá porque entiende que la nostalgia es un sentimiento que gana en la soledad

La imagen de estas dos noches de despedida, aún más que en el interior de la carpa en la que las cámaras tomaban al vuelo lágrimas deslizándose por las temblorosas mejillas de seguidores emocionados, se produjo por la tarde, en el pueblo que vio nacer a Llach hace 59 años. En uno de los bares, repletos de forasteros que daban cuenta de bocadillos y cafés con los que entonar un cuerpo enfriado por el atardecer, dos ancianos en un rincón del establecimiento miraban con serenidad el ir y venir de la clientela. En sus inmutables miradas parecían indicar que el ajetreo de su bar les impedía escuchar la televisión. Los pueblos, esos pueblos a los que canta Llach cantando al suyo, tienen ese aire de inmutabilidad propiciado por siglos en los que casi nunca ha pasado nada fuera de lo común.

Y este fin de semana pasaban muchas cosas fuera de lo común. Dirigiendo el tráfico había más policía autonómica que cuando se manifiestan los miembros de la Plataforma Salvem l'Ampurdà, receptores de parte de la recaudación de los conciertos de Llach. En los bares se triplicaba el personal, se servían cafés en vasos de plástico y antes de solicitar la consumición era preciso pagarla en caja, igual que en los festivales al aire libre. La iglesia del pueblo, con su espléndido ábside románico, se mantenía abierta incluso habiendo oscurecido y así era objeto de incesantes miradas turísticas, mientras que los lienzos de muralla medieval despertaban constantes admiraciones entre esa marea de bienintencionados e ingenuos aduladores de lo desconocido que se llaman turistas. Todo era igual que siempre, pero Llach había traído forasteros que agitaban la postal.

Luego Llach les agitó a ellos, pero por dentro. Artista singular que a lo largo de su carrera ha sabido decir sus verdades en clave de caricia y no de puñetazo, Llach mantuvo ese aire de singularidad hasta el final. Él sabía que podía sumergirse en la apoteosis, que podía ser allí mismo beatificado por su público, que podía fundir sensibilidades y tersar arrugas acudiendo a un repertorio de intención retrospectiva. Hubiese sido razonable tratándose de su despedida, cualquier otro lo hubiese hecho, pero cualquier otro no es Lluís Llach.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Viviendo el presente como otorgador de vigencia, esquivando el pasado quizá porque Llach entiende que la nostalgia es un sentimiento que gana en la soledad, evocado a voluntad por quien así lo desea, su repertorio del viernes -ayer el concierto fue más largo e hizo alguna concesión más- esquivó muchos lugares comunes y se lanzó a tumba abierta por la actualidad de su álbum i, que interpretó de cabo a rabo. No sólo eso, sino que conmovido por la excepcionalidad del acto, Llach no se resistió a estrenar Verges 2007, una pieza recién compuesta en la que narra sus sentimientos más recientes. Esta continuación natural de Verges 50, una suma de recuerdos de pueblo, insinúa que, por mucho que Llach se retire, la conversión en canciones de sus estados de ánimo e ideas difícilmente se detendrá. Este Verges 2007 marcó el final del concierto y como el público se resistía a marchar sin haber escuchado L'estaca, él mismo la cantó cuando Lluís ya había abandonado el recinto.

Antes habían sonado 19 canciones introducidas con la precisión, ternura y afilada agudeza propias de alguien macerado en un ambiente de capellanes progres. Dirigió dardos a la derecha, a la falta de humanidad de nuestros días, a la globalización de conciencias que extinguen la singularidad, a los responsables de las muertes de Vitoria que le movieron a componer Campanades a mort y a todos aquellos responsables de construir un mundo tan inhumano como el actual.

Pero Llach dedicó mucho más tiempo a las cosas que le gustan; cosas como la dignidad de los exilados republicanos que conoció en Francia; los recuerdos de la infancia con esos martes de mercado en Verges en los que el frío condensaba la respiración de los animales de tiro; esa tramontana que produce una luz inigualable en los insólitos cielos azules del Ampurdán; su siempre presente madre y aquellas piedras que le puso en el bolsillo un día ventoso; los poetas que sirven de faro en los tiempos de confusión y esa Cataluña que jamás ha ganado una guerra importante y que, por lo tanto, existe sin haber precisado destruir a otros... En suma, pensamientos y sentimientos de un hombre que se definió "de izquierdas y nacionalista radical", términos que en él se asocian a defensor de la justicia social y de toda diversidad.

Fue el concierto de un artista en permanente viaje a Ítaca, isla que jamás alcanzará, pero que no le evitará el placer de continuar buscándola. Sabe que Médicos Sin Fronteras o Salvem l'Ampurdà quizá no evitarán más muertes y cemento sobre campos vírgenes, pero se siente obligado a colaborar en lo que entiende resulta justo. Eso es lo que hizo Llach en el primero de sus conciertos de despedida: ser justo consigo mismo y despedirse haciendo el menor ruido posible. Los ancianos que miraban la tele se lo agradecerán.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_