Whitney Balliett, crítico de jazz de 'The New Yorker'

Leer su columna semanal en The New Yorker había terminado por convertirse en una costumbre. Un enemigo declarado de los tecnicismos, Whitney Balliett hacía gala en la misma de un estilo particular que algunos han bautizado como "impresionista" y otros como "metafórico".

Sus referencias eran la música tanto como de la literatura, las artes plásticas o la historia. Algunas de las imágenes poéticas que utilizó hicieron historia.

Así, para Balliett, Thelonious Monk era un "pianista gótico" y el guitarrista Charlie Christian, un seguidor de la estética de Josef Albers, el pintor abstracto. En su empeño por desmarcarse de lo obvio, el neoyorquino acuñó nuevos términos, como "birónico", mezcla de "irónico" y "biónico", que aplicó en alguna ocasión al vibrafonista Milt Jackson.

Su cruzada en pos de una crítica musical menos técnica y más poética le granjeó la animadversión de algunos de sus compañeros de profesión, como el inglés Max Harrison. A la férrea defensa del objetivismo del último, oponía Balliett una concepción de la música como un ente etéreo, "transparente, incorpóreo y evanescente".

Este antiguo batería de dixieland y cronista de sociedad, escribió su primera columna dedicada al jazz en 1957; la última, en 2001. A diferencia de la mayoría de sus colegas, llevó una vida ordenada y era reacio a dejarse ver por los locales nocturnos de la Gran Manzana.

Acérrimo seguidor del jazz tradicional, sin embargo, fue de los primeros en elogiar públicamente la nueva música de los jóvenes leones Cecil Taylor y Ornette Coleman.

Sus ensayos, reportajes y entrevistas han sido recopilados en diversos volúmenes, desde El sonido de la sorpresa (un término con el que pretendió definir la música de jazz), publicado en el año 1959, al último, Collected works: a journal of jazz, 1954-2000 (St. Martin's Press).

Whitney Balliett fue, junto a Nat Hentoff, asesor musical de la serie de televisión The sound of jazz.