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MIRADOR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Internacional Okupa

La demolición ayer del antiguo teatro Casa de la Juventud (Ungdomshuset) en Copenhague, marca el final de una aventura de okupas que ha durado un cuarto de siglo y que se había convertido en todo un referente. Los hechos pueden recordar otros sucesos ocurridos en nuestras ciudades, como Barcelona. Los cuatro días de violentos enfrentamientos entre okupas y policías -los peores en décadas en la ciudad de la Sirena- se han saldado con cerca de 600 personas detenidas, de las cuales una cuarta parte son extranjeros, principalmente de Alemania, Suecia y Noruega. Los habitantes de Ungdomshuset se vieron apoyados en sus protestas por manifestaciones en las ciudades alemanas de Hannover, Hamburgo y Berlín, lo que refleja que este movimiento está europeizado, incluso globalizado.

El Ayuntamiento y la policía han decidido poner fin a esta era de permisividad. El movimiento okupa teme que después de esta casa le llegue el turno a Christiania, una inmensa comuna nacida a finales de los sesenta en pleno despegue del movimiento hippy.

El Ayuntamiento de Copenhague podía haber obrado de otro modo y haber asumido directamente la gestión de este conflicto. El edificio era suyo, cuando ya era una enorme sede okupa. Se lo vendió en 2001 a Faderhuset (Casa del Padre), secta fundamentalista cristiana que a su vez está en conflicto con el Ministerio de Educación, pues éste quiere cerrarle una escuela de enseñanza basada en la Biblia y cuyo líder apoyó en 2002 la "cruzada cristiana" del pastor Hansen contra los musulmanes de Dinamarca. Faderhuset ha optado por ejercer sus derechos sobre

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Ungdomshuset. La secta promete crear un nuevo centro para la juventud. A éste no volverán los okupas y sus grupos.

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