De la quiebra financiera a la sentimental
Ruiz de Lopera salvó al Betis con su dinero, pero ha acabado por convertirlo prácticamente en un instrumento al servicio de sus intereses
Quizá haya quien aún piense que el insultado por la presencia en el palco del estadio de Heliópolis del busto de bronce de Manuel Ruiz de Lopera fue sólo el presidente sevillista, José María del Nido. Aunque cada vez son más los que piensan que a lo que se humilló fue a la historia del Real Betis Balompié, al cariño y devoción de cientos de miles, para los que este club dedicado al fútbol ha significado y significa todo en sus vidas. Porque el presidente del Betis, José León, también estaba empequeñecido, ridiculizado frente a la efigie de Ruiz de Lopera.
El ahora propietario del club verdiblanco llegó al mismo en septiembre de 1991 para ocupar la vicepresidencia económica en la directiva encabezada por Hugo Galera. Prácticamente un año después, el club verdiblanco boqueaba anegado en deudas. Le faltaban más cuatro millones de euros para poder cubrir el capital social que le exigía la Liga de Fútbol Profesional para su obligada conversión en sociedad anónima deportiva. El descenso administrativo a Segunda B, con una deuda acumulada de veinte millones y medio de euros, significaba la muerte del equipo. Al final, Ruiz de Lopera, a través de su empresa Farusa, compró los más de cuatro millones de euros en acciones que hacían falta y se quedó con el club. Ruiz de Lopera, junto a José María Ruiz Mateos en el Rayo Vallecano o Marcos Eguizabal en el Logroñés, se convirtió en un personaje novedoso y, por lo tanto, impredecible en su devenir, como corresponde al propietario, al amo de un club de fútbol.
Sus problemas fiscales le llevaron a dejar de representar al club. Pero nunca lo dejó en paz
Los primero años de Ruiz de Lopera al frente de la entidad de Heliópolis fueron los del galanteo, la pelada de la pava. Prometió un piso en el Olimpo cuando el equipo aún estaba en Segunda. "Si el Deportivo está donde está con 20.000 socios ¿por qué el Betis no puede hacer lo mismo en Primera con 25.000?", dijo en 1994. Eran los días en los que se pregonaba aquello de "lo que diga Don Manué". En septiembre de ese mismo año, se celebró una ceremonia en la que un grupo de aficionados le entregó un busto -el hoy famoso busto- que él recogió arrobado: "Sólo me queda morirme, porque estas cosas sólo se las hacen a los muertos". Esa época se prolongó con los fichajes de Alfonso, de Denilson, la construcción de medio estadio hipermoderno, las clasificaciones para la Copa de la UEFA... Lo que poco sabían entonces los aficionados verdiblancos era que también se trataba del Betis que pagaba los fichajes con bolsas de basuras repletas de dinero en metálico, sin nombre ni apellido, el de los insultos y amenazas a las autoridades, medios o cualquiera que discrepara -en 1997, pidió a la federación que no invitara al presidente andaluz, Manuel Chaves a la final de Copa que disputó el Betis con el Barcelona-, y, sobre todo, a la despatrimonialización del club.
Casi todo el mundo sospechaba que Ruiz de Lopera no es que hubiera hecho del Betis, y de su historia, un ministerio, sino que se lo había apropiado. Pero fue una inspección de la Agencia Tributaria la que demostró hasta qué punto era así. El informe sostenía que el Betis apenas manejaba nada de lo que le concernía y que, desde la explotación del estadio, los derechos televisivos, los patrocinios por vestimenta, etcétera, todo pertenecía al nutrido grupo de sociedades cuyo denominador común era el de pertenecer a la misma persona: Ruiz de Lopera.
El daño al club por parte del hombre al que las peñas habían nombrado "presidente vitalicio" se calculó en diez millones y medio de 1993 a 1997.
En diciembre de 2005, ante un juzgado sevillano, Ruiz de Lopera aceptó su culpabilidad por sendos delitos contra la Hacienda Pública en su gestión del Betis durante los ejercicios de y 1996 y 1997. Se declaró culpable por las irregularidades fiscales en la relación profesional entre el Betis y sus empresas, llamadas Farusa, Tegasa, Incecosa y Rualsa. Tuvo que pagar más de seis millones de euros. Como consecuencia de ello, al verano siguiente dejó la presidencia del club en manos de su amigo José León. Pero lo que no dejó fue al club en paz.
Su pelea infantil con Del Nido, con los abracadabrantes capítulos vividos y las consecuencias de todos conocidas han llevado a la más profunda de las vergüenzas a miles de sevillanos. La gran mayoría de ellos, béticos de toda la vida.
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