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Las crónicas de Rafael Benet

La reciente publicación de Cròniques d'Art a La Veu de Catalunya 1934-1936 de Rafael Benet -pintor excelente y autor de muchos libros fundamentales sobre el arte catalán- es otro acontecimiento que abre consideraciones generales. La primera consideración corresponde a su calidad literaria y a su acertado método crítico. Durante muchos años Benet informó en La Veu y en otros periódicos sobre los acontecimientos artísticos de Cataluña con un tono poco habitual en la crítica de arte, a menudo en manos de los oficinistas del periodismo. Informaba de las exposiciones individuales, de las polémicas y de las instituciones en términos de estricta actualidad periodística, pero lograba que la noticia trascendiera siempre hasta una teoría estética general. Benet fue la representación conspicua de un grupo de tratadistas de arte -Rafols, Elies, Folch, Merli, etcétera- que señala la elevada exigencia cultural de la década de 1930.

Otra consideración general que se deduce del contenido informativo de los textos es la intensidad de la vida artística en las galerías barcelonesas durante aquellos años y el conocimiento crítico del debate internacional que, a pesar de su eclecticismo y hasta de su tolerancia, se hace a menudo beligerante. Esa beligerancia crítica se basa en la afirmación de que las vanguardias radicales están siendo superadas a favor de una vuelta al orden, a los cánones arbitrarios del clasicismo. Es significativo, por ejemplo, que el mismo Benet que al final de la década de 1920 se había atrevido a defender la arquitectura funcional y a exaltar la modernidad del pabellón de Mies van der Rohe de Monjuïc, ahora, en la década de 1930, reivindique una relativa modernidad clásica y tradicional como la de Puig Gairalt, califique como monstruosa la "arquitectura cubista", ignore la labor del GATCPAC o ridiculice la modernización urbanística de Madrid. Esos lapsos arquitectónicos no son demasiado significativos porque sus temas habituales son la pintura y la escultura. Pero en estos campos también se concretan posiciones parecidas. Prácticamente no hay ninguna referencia a Miró, a González, a Dalí y a los esfuerzos vanguardistas de las últimas generaciones. Me parece que la única referencia a ADLAN se encuentra en la breve noticia de una exposición que luego ha sido interpretada como un punto significativo del vanguardismo catalán: "Ramon Marinel·lo, Jaume Sans i Eudald Serra, escultors presentats per ADLAN a les Galeries Catalònia, practiquen, i no pas amb gaire sentit del sorprenent, l'art anormal i envellit dels Brancusi, Arp, etc. Heus ací uns joves de la primera volada que encara s'entretenen jugant a l'anarquia de l'avantguerra. És que creuen que aquesta és avui una posició d'avantguarda? Jo diria que els ha escapat el tren". Son igualmente definitivos los juicios sobre Picasso en un artículo que lo sitúa en paralelo con una exposición de esculturas de Casanovas, un auténtico manifiesto a favor de un orden nuevo que sustituya el canon y la norma pero que evite al mismo tiempo el caos de lo irracional y de "les cristalitzacions dels excessos picassians". "La providència ha volgut que en el moment que es mostra a la poc preparada Barcelona, una exposició dels aspectes diabòlics de Picasso, s'escaigués ací la rèplica de l'exposició d'escultures de Casanovas". "A l'home mutilat d'André Breton nosaltres hi oposem l'home total de Paul Valery". "Al Picasso diabòlic nosaltres hi oposem Leonardo, el de l'ostinato rigore".

Hay que decir que el antivanguardismo de Benet, apoyado en un consistente grupo de artistas e intelectuales contemporáneos, no era una actitud inculta y reaccionaria. En ella se mezclaban dos intenciones progresistas: la crítica a los amaneramientos de la vanguardia que desprestigiaban su génesis reduciéndola a estilo y el apoyo a una posible identidad catalana en un mediterranismo propio, diferente, autónomo, incontaminado por las modas -aunque, al mismo tiempo, fácil de asimilar por la burguesía local-, que se apoyaba en los residuos todavía activos del noucentisme y en la obstinada negación tardía de los residuos modernistas, que ya habían agonizado. En esta situación, artistas como Casanovas, Pidelaserra, Mercadé, Bosch Roger, Creixams, Clarà, Domingo, Hugué, Gimeno e incluso el Gargallo menos ofensivo eran referencias justificativas bajo la invocación de los maestros Corot, Cezanne, Degas, Monet, Renoir, Bonnard o Rodin.

El libro que comentamos es excelente y está lleno de sugerencias que permiten entender la década de 1930 como una relativa unidad cultural a pesar de la interferencia de distintas líneas creativas, casi siempre reordenadas por aquel talante intelectual, sensato y moderado -típico del centro-derecha nacionalista- que marcó un signo civilizado, aunque propició algunas consecuencias negativas. Por un lado, no se alcanzó la internacionalización del arte catalán -aislado localmente, mientras la escasa vanguardia se exiliaba definitivamente- y, por otro, nuestros museos y nuestros coleccionistas olvidaron las obras más importantes del periodo, es decir, la resistencia vanguardista. El Museo Nacional, tan rico en mediocridades modernas, es uno de los más pobres en Miró, Picasso, Dalí, para hablar sólo de las personalidades más evidentes. Ahora, al cabo de tantos años, cuando las adquisiciones son caras y difíciles, tenemos que corregir las ausencias: el Picasso recientemente incorporado al MNAC quizás sea la primera consecuencia de un mea culpa colectivo.

Oriol Bohigas es arquitecto.

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