El campeón se condena en el Camp Nou
El Liverpool traduce su superioridad sobre el Barça a partir de un error de Valdés
Al Barça le superan de manera irremediable cuantos acontecimientos se le van presentando durante la temporada. A veces le ha podido el estrés competitivo, en otras ocasiones se ha vencido inesperadamente, también se ha visto batido por rivales en mejor momento de forma y ayer le pudo una jugada tan tonta como reprobable en un torneo en que cada error se paga de manera dolorosa. Hay una cierta desmoralización general en el ambiente, una creciente desconfianza hacia el equipo, víctima de la fatalidad. Las derrotas se van sucediendo y los trofeos se pierden uno detrás de otro sin remedio.
BARCELONA 1 - LIVERPOOL 2
Barcelona: Valdés; Belletti, Márquez, Puyol, Zambrotta; Xavi (Giuly, m. 64), Motta (Iniesta, m. 54), Deco; Messi, Saviola (Gudjohnsen, m. 82) y Ronaldinho. No utilizados: Jorquera; Thuram, Oleguer y Gio.
Liverpool: Reina; Finnan, Carragher, Agger, Arbeloa; Sissoko (Zenden, m. 83), Xabi Alonso, Riise; Gerrard; Kuyt (Crouch, m. 93) y Bellamy (Pennant, m. 79). No utilizados: Dudek; Hyypia, Mark González, Mascherano y Fowler.
Goles: 1-0. M. 14. Deco cabecea un centro de Zambrotta desde la izquierda. 1-1. M. 43. Valdés se vence hacia atrás y detiene dentro de la línea de gol un cabezazo de Bellamy. 1-2. M. 74. Riise fusila tras un mal rechace de Márquez.
Árbitro: Kyros Vassaras (Grecia). Amonestó a Agger, Kuyt, Belletti, Sissoko y Zambrotta.
Camp Nou. Unos 98.000 espectadores.
No hay manera de dar con un punto de inflexión ni siquiera en los días solemnes, que pasan por ser los más estimulantes. En cada partido se cae un jugador. Resulta imposible armar una alineación fiable. Anoche cedió el portero, uno de sus valores más seguros, circunstancia que agranda el desespero. A Valdés le dio el tembleque en una acción que parecía tan fácil de resolver que el equipo ya no se recuperó. Todas las jugadas remitieron al error del meta, sorprendentemente vulnerable, desasistido por sus compañeros, convencidos todos de que ya no había nada más que hacer en el campo. Por más que fue gol, nadie se dio cuenta.
Así puesto, el partido resultó un juego de niños para el Liverpool, que martilleó sobre las calamidades del Barça, como acostumbran los equipos con historia, sabedores de que las contiendas europeas no se resuelven por el grosor del fútbol, sino por detalles que parecen tan banales como los de ayer. La Champions es muy exigente, no admite tonterías, y el Barça ya hace un tiempo que no juega un partido, sino que se enfrenta al recuerdo del club campeón de Europa. La fragilidad azulgrana fue sobrecogedora porque admitió la derrota sin rebeldía, como una condena, incapaz de jugar mejor de como lo había hecho hasta el empate, conocedor de que en la vida han podido con los reds en el estadio.
Benítez parceló el Camp Nou y cada uno de sus jugadores salió a la cancha con un manual de instrucciones fácil de descifrar, incluso en ausencia de Crouch, un futbolista que simplifica el juego. Tenía el técnico el partido tan bien pensado que su equipo alcanzó un contundente dominio escénico nada más pisar la cancha. Apretaba arriba y cerraba abajo. Intimidaba. Incluso pareció que al Barça le había dado un ataque de pánico ante el despliegue del Liverpool. Tocaba insustancialmente en corto, y el aficionado se preguntaba por la formación de Rijkaard, que dispuso un equipo ligero, más que nada por la presencia de Belletti y Saviola, y también frágil porque es sabido que Motta no es ninguna garantía como medio centro por más que siempre juegue en Europa.
La hinchada, en cualquier caso, sólo preguntó si jugaba Messi, como si valiera por los once. Una pancarta en el gol sur expresaba el sentir de la gente: "Rematad a gol". Los jugadores le hicieron tanto caso que marcaron a la que llegaron al área de Reina. Zambrotta se metió por el costado izquierdo y su centro al segundo palo lo cabeceó Deco. No había pasado ni un cuarto de hora y el Liverpool perdía su virginidad en el Camp Nou después de tres visitas a cero mientras el Barça alcanzaba un marcador soñado a partir de una jugada añorada: los delanteros que combinan con los medios y se juntan con los defensas, el centro del lateral y el remate de un futbolista de la segunda línea. Así de misteriosa es la Copa de Europa. El tanto desmontó al Liverpool y animó al Barça, que ejerció un control soberano de la contienda hasta que Valdés se aflojó inexplicablemente.
Jugaba el Barça pacientemente, sin rifar la pelota, con ayudas múltiples, procurando acabar la jugada para no propiciar la contra del Liverpool. No hubo noticias en el marco de Valdés hasta la jugada previa al descanso. El Barça concedió una falta y nadie se preocupó de defenderla. Xabi tocó rápidamente para Finnan, el lateral templó el centro cómodamente, Bellamy cabeceó y Valdés se tragó el remate del galés y después el toque final de Kuyt. Nadie entendió cómo se puede tomar un gol así, de manera tan simple, tan boba.
La pifia condenó al Barça a galeras. Ya no hubo manera de sobreponerse al golpe, y el equipo fue menguando, impotente, por más cambios que mediaran. Aun cuando entraron todos los delanteros en nómina, no dio el entrenador con la tecla y además tomó Valdés un segundo tanto en una jugada de nuevo mal defendida. Superior en las áreas, Benítez intervino mejor que Rijkaard, que jugó para ganar el partido y no para salvar la ronda. El Liverpool anudó el choque y el Barça dimitió de forma escandalosa con Ronaldinho a la cabeza. El equipo se desplomó, no tuvo capacidad de reacción, en cuanto se topó con la adversidad, una situación que al fin y al cabo explica la depresión colectiva que embarga al barcelonismo. Ni el Camp Nou, donde no perdía desde abril de 2003, le sirve ya de balneario.
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