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EN BREVE | PANORAMA

Todas las muertes de Ezio Neyra

Ezio Neyra Magagna (Lima, 1980) pertenece a la generación literaria del relevo y comparte con sus pares la calidad comunicativa del nuevo relato de este siglo, cuya apuesta se propone otra biografía de la lectura. En Todas mis muertes (Alfaguara, Lima, 2006) se trata del nacimiento del artista joven cuya búsqueda de sentido pasa por la genealogía narrativa (padres e hijos, lugares y poderes); y se sitúa en un paisaje social donde las instituciones comunicativas (educación, política, periodismo, literatura) han perdido su razón (sostener el valor del lenguaje) y alimentan la violencia dominante del simulacro.

Todo comienza aquí con una disputa por la escritura: el narrador es destituido de la sección cultural de La Opinión, tal como el escritor en ciernes fue expulsado de la República; y por una razón idéntica a la de Platón contra los poetas: su versión de los hechos no es verdadera. (Para colmo, ha recibido una carta de la editorial Alfaguara rechazándole su primera novela). El diario lo reasigna a Policiales y le encarga resolver (o quizá prolongar) un crimen. Pero el narrador recomienza en su infancia, investigando otro crimen, el del abuelo patriarcal. Esa búsqueda lo devuelve a la cultura rural, a la casa familiar, y a la pelea de gallos que cultiva el abuelo. Sólo que ese mundo rural está siendo urbanizado y habrá de sucumbir no sin violencia. Heredero del luto, las muertes son el sacrificio que forja al narrador a nombre de una verdad extraviada. Aceptar, por ello, la muerte del abuelo, la pérdida del ámbito familiar, el silencio del padre, la resignación de las madres, la mentira de los medios, revela que estas muchas muertes, al ser cifradas, más que descifradas, no tienen otro lugar libre que el de la lectura.

Los peruanos Luis Hernán Castañeda, Leonardo Aguirre y Claudia Ulloa, los argentinos Florencia Abbate, Oliverio Cohelo y Mariana Henríquez, las chilenas Andrea Jeftanovic, Lina Meruane y Nora Fernández son otros narradores hispanoamericanos actuales cuyos proyectos convergen en una renovada formulación del relato que, afincado en los dramas y dilemas de su linaje y entorno, rebasan con su creatividad, calidad emotiva y trabajo formal, el canon de las representaciones del desastre (la vieja estirpe latinoamericana del fracaso) e instauran la catarsis de un diálogo (la inventiva formal, el escepticismo irónico, la crítica burlesca) capaz de remontar la violencia y el desvalor dominantes.

En estos nuevos textos se diría que el edificio de la tradición cae y explota desde dentro, como en la fotografía se detienen los edificios bellamente dinamitados. Por eso, en este libro de Ezio Neyra la historia del artista adolescente y el simulacro del orden social reconstruyen el trayecto del lector/narrador entre los hechos; y en esa operación de incertidumbre emotiva, de crímenes sin solución, la novela proyecta su biografía de la lectura. La apuesta por una República recobrada.

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